domingo, 23 de octubre de 2011

FILOSOFIA FRANCESA CONTEMPORÁNEA - FRENCH THEORY POST-ESTRUCTURALISMO POR ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA PH.D

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1.- Pensamiento Francés Contemporáneo – Filosofía francesa contemporánea; post-estructuralismo y postpolítica.


- Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida, Budrillard - FRENCH THEORY Post-Structuralism art

¿Qué es lo que ha ocurrido en la filosofía francesa durante los últimos años? Esta pregunta, que adquiere acaso verdadera importancia, se nos impone hoy. Varias generaciones de este siglo han establecido con la filosofía un lazo apasionado, enriquecido por la potente presencia de Sartre en la escena intelectual y política, y por las mutaciones conceptuales que produjeron las obras de Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida, Rancière. La intensidad y la agudeza de los trabajos aparecidos en estas décadas perfilan en nuestro imaginario, habitado por los episodios creadores de la antigüedad griega y del idealismo alemán, un momento filosófico francés, a la vez singular y universal.

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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

Los desplazamientos filosóficos que tuvieron lugar en él son, ciertamente, una de las cuestiones de nuestro presente.

El presente Artículo es un análisis de la Teoría francesa y sus influencia en las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. La influencia de los autores postestructuralistas franceses en la academia universitaria americana y cómo, a partir de devotas lecturas, se desencadena una ideológica guerra entre cánones literarios en el país del norte, entre Estudios Culturales y reivindicaciones del mercado, la patria y el fin de la historia. En este sentido, French Theory muestra el making off y el behind the scenes de la filosofía francesa en EU, esto es, cómo Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, Kristeva junto otros comentadores nacionales de gran prestigio como Rorty y Butler, pululan con el aura de estrellas hollywoodenses por los campus universitarios y las librerías especializadas. En relación a lo anterior, se muestra que el mérito de los teóricos radica haber elaborado sutiles instrumentos analíticos para la comprensión de la ingente heterogeneidad cultural estadounidense y mundial.

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Filosofía Francesa -Adolfo Vásquez Rocca

“En las tres últimas décadas del siglo XX, algunos nombres de pensadores franceses han adquirido en Estados Unidos un aura reservada hasta entonces a los héroes de la mitología estadounidense o a las estrellas del show business. Incluso podríamos jugar a calcar el mundo intelectual estadounidense sobre el universo del Western de Hollywood: estos pensadores franceses, a menudo marginados en su país de origen, obtendrían seguramente los papeles protagonistas. Jacques Derrida podría ser Cint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard no estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla de bondad y sombría indife­rencia, además de su común habilidad para aparecer donde menos se les espera. Jacques Lacan representaría a un Robert Mitchum irascible, en razón de su común inclinación por el gesto criminal y su incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari, más que los Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer, evocarían al dúo hirsuto, exhausto pero su­blime, de Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Y sobrarían motivos para ver en Michel Foucault a un Steve McQueen im­previsible, por su conocimiento de la cárcel, su risa inquietante y su in­dependencia de francotirador, figurando a la cabeza de tamaño reparto como el favorito del público. Tampoco habría que olvidar a Jean-François Lyotard como Jack Palance, por su alma burilada, a Louis Althusser como James Stewart, por su silueta melancólica y, con respecto a las mu­jeres, a Julia Kristeva como Meryl Streep, madre coraje o hermana de exi­lio, y a Héléne Cixous como Faye Dunaway, feminidad exenta de todo modelo. Un Western improbable, en el que los decorados se transforma­rían en personajes, la astucia de los Indios les daría la victoria, y adonde jamás llegaría la sudorosa caballería.”

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La precisión o el acierto en la asociación entre pensadores y estrellas de cine o personajes llevados a la gran pantalla por determinados actores anima a la lectura y no sólo por aventurar una zona de proyección, a la que la imaginación humana es tan proclive y tan fructífera; tampoco sólo porque nos muestre la posibilidad de traspasar los límites de los campos y de las disciplinas y tampoco exclusivamente porque el ejercicio de la transfiguración permite al lector otros muchos juegos de metáforas. También por razones más objetivas, porque de los autores que French Theory analiza son hoy clásicos del siglo XX, centro de referencia para el diálogo y el trabajo filosófico y, en consecuencia, nuevos datos, nuevas reflexiones han de animar la discusión.

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Derrida y la Filosofía Francesa Postestructuralista Por Adolfo Vásquez Rocca

Pero cuál es el interés que puede tener la influencia de los autores franceses postestructuralistas en la academia universitaria norteamericana.

Sin duda, el tema no es tan banal como parece. Al fin y al cabo, Estados Unidos es la potencia económica, política y cultural de nuestro tiempo, el imperio según el análisis de Toni Negri, y el pensamiento francés es uno que tiene etiqueta propia desde hace ya muchos siglos. Pero, ¿por qué investigar las relaciones, influencias, perturbaciones e incidencias de una cultura filosófica en otra? ¿No valdría también entonces investigar lo mismo en cualquier otro contexto, en cualquier otra disciplina? ¿Por qué no investigar la influencia de determinados textos alemanes en la cultura francesa o la influencia de la filosofía anglosajona en la constitución del pensamiento nórdico o la mordedura del pensamiento oriental en los usos occidentales o, qué se yo, cualquier otra cosa? ¿Qué diferencia habrá en esta interconexión respecto a otras posibles? Ciertamente hay un hecho evidente y es que François Cusset se puso a ello y de ello queda este estupendo libro para evaluar estas posibilidades. Quizá anime a otros y consiga que esta especie de filosofía comparada se extienda y se convierta en práctica frecuente, inclusive podría institucionalizarse y quizá en un futuro próximo empiecen a fundarse cátedras e institutos de investigación que reciban este nombre: filosofía comparada.


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2.-

A partir de este momento la contracultura hippie, beat, contestataria, pacifista de tradición marxista o al menos bajo la sombra del movimiento por los derechos civiles de los sesenta se irá transformando hacia una teoría sofisticada que se va encerando en los departamentos de Literatura y desde allí la proyectarán en mayor o menor medida a la sociedad americana y, naturalmente, la devolverán a Europa revestida de un nuevo interés y de nuevas formas de acción, de contestación y de crítica.




Porque efectivamente la primera y quizá más profunda recepción de los pensadores franceses se va a realizar en los departamentos de Literatura. En ellos surge una nueva Theory. Una Theory que ya no tienen que ver con la tradición pragmatista, ni con la theorie alemana que llevara al nuevo continente la emigración alemana tras la subida del nazismo al poder y representada fundamentalmente por los autores de la Escuela de Frankfurt, ni con la theory que se generó alrededor de la figura de Chomsky. Es una theory literaria, intransitiva, cuyo objeto de estudio es ella misma y su producción. Un theory que inicialmente abandera el cuarteto de Yale – Paul de Man, Harold Bloom, Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller- de la mano de la deconstrucción de Derrida. Si es que no habría que incluir al propio Derrida entre los autores americanos, al menos el Derrida de los setenta. Enunciemos el misterio Derrida:

“Hay un misterio Derrida. Más que por su obra, cuya opacidad sin embargo no puede negarse, por su canonización, primero estadounidense y luego mundial. Un pensamiento tan poco asignable, tan difícilmente transmisible como el suyo, un pensamiento que no sabríamos situar, sal­vo tal vez en algún punto entre la onto-teología negativa y la exploración poético-filosófica de lo inefable, un pensamiento, en definitiva, que se mantiene a distancia (y en todos los sentidos de la expresión), ¿cómo ha podido convertirse en el producto más rentable que haya existido jamás en el mercado de los discursos universitarios? ¿Cómo este oscuro trabajo de zapa se ha visto acaparado, compactado, digerido y servido en dosis in­dividuales en un campo literario como el estadounidense al que desde en­tonces le han crecido las alas y, no contento con embalar este exigente pensamiento en manuales de primer ciclo, lo ha transformado en un pro­grama de conquista epistemo-política sin precedentes? ¿Cómo es posible que por cada francés que ha leído un libro de Derrida, en el país de la fi­losofía en el liceo, diez estadounidenses ya lo hayan recorrido, a pesar de la pobre formación filosófica que les caracteriza? ¿Y cómo es posible, en definitiva, que esa palabra «deconstrucción», que Derrida toma de El ser y el tiempo de Heidegger (para traducir el término Destruktiori) con el fin de esbozar una teoría general del discurso filosófico, haya pasado en tan gran medida al lenguaje corriente en Estados Unidos como para encon­trarla en los eslóganes publicitarios, en los micrófonos de los periodistas de televisión o en el título de una película de éxito de Woody Alien, Deconstructing Harry (1997)?”.

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Filosofía Francesa Dr. Adolfo Vásquez Rocca French philosophy

Tras la articulación de la deconstrucción derridiana en la crítica de altos vuelos que realiza fundamentalmente de Man, pero también Bloom en una primera etapa, salta a la escena teórica una lucha inédita. Ya sea desde Derrida o ya sea desde Foucault, lo que ha quedado claro es que no hay verdad, no hay objetividad. Sólo hay dispositivos de verdad, transitorios, tácticos, políticos. Esta constatación se traduce en las universidades americanas en que la objetividad sólo es “subjetividad del varón blanco”.

Así, en un país donde la principal fuente de conflictos y de preocupación tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas identidades que lo conforman, o en la demarcación y separación de las ya existentes, de la mano de los resultados de la theory y frente al sector liberal establecido en el pensamiento conservador, va a desarrollarse, una serie de guerras culturales que luchan por la afirmación de todas las identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo más diverso. Estas políticas identitarias van a servir de contenido y de activismo a un nuevo campo de estudio que desplaza la crítica literaria hacia los Estudios Culturales o como se abreviará en el país de las siglas cult’ studs’. De entre todos ellos, los estudios feministas o de género van a traer a la escena a las intelectuales francesas, Julia Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse de la misma manera.

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Para este entonces, el sistema ha reaccionado y empieza a apropiarse comercial y mercantilmente de la marca de los post’s y ensancha el mercado con todas esas identidades recién descubiertas.

En los 80’s, el poco contenido político, que todos los movimientos identitarios tenían, se va a ir desvaneciendo, para terminar en un persecución contra sus inspiradores de significativas consecuencias. Este contraataque es también un proceso complejo en donde van a participar muy diversos actores y por muy diversos motivos.


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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

Lo primero que va a marcar la década es la vuelta al poder de los republicanos con Ronald Reagan en la presidencia. Pero dentro de la Universidad se inician dos procesos. Por parte de algunos de los mismos críticos que abrazaron el New Critics y por el movimiento conservador blanco y occidental se empieza a temer que el proceso de reivindicación de identidades diversas y la pérdida de criterios de evaluación que caracteriza la primera expansión de la posmodernidad en determinadas lecturas relativistas termine en una igualación o equiparación de los productos y valores culturales. Surge una reivindicación de un canon occidental en donde quede manifiesto que Sakespeare, Goethe o Dante no pueden estar al mismo nivel que Confucio, los cuentos africanos, la poesía India o el Corán. Por contra, las minorías señalan a los grandes autores occidentales como responsables de la difusión en las sociedades occidentales de los peores males: etnocentrismo, misoginia, colonialismo. Incluso los inspiradores de todo este vaivén de ideas terminan siendo señalados por sus preferencias. Al fin y al cabo Derrida analiza sobre todo a Platón, Rousseau o Heidegger; Kristeva homenajea a Mallarmé o Deleuze no oculta sus preferencias por Melville o Kafka.

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El segundo proceso que terminará también pervirtiéndose, como casi todo en el capitalismo, tiene que ver con lo que saltará a la escena mundial con el nombre de lo Políticamente Correcto. Lo Políticamente Correcto, en la misma línea de la Theory despolitizada por falta de alternativas o por la insistencia de que toda alternativa fracasará en el empeño de la transformación, pretende depurar el lenguaje y las maneras de relación de la carga discriminatoria y peyorativa que tienen los signos que refieren a las relaciones humanas y de poder. En la Universidad americana completamente desconectada de la sociedad y sin una influencia precisa en ella, se limita la reivindicación al plano léxico y simbólico. En muchos casos todo el movimiento termina pareciendo ridículo, pero, sin embargo, va penetrando en los discursos oficiales, en la gestión de compensaciones y en un ejercicio de paliar injusticias históricas mediante los procesos de discriminación positiva. Es en la ejecución de lo que parecen estas buenas ideas donde la guerra va a trasladarse, de la mano de los periodistas fundamentalmente, al seno de la sociedad y a explotar la contraofensiva ideológica que hará tambalear el prestigio y la influencia francesa en los campus. Cuando comienzan a aparecer las injusticias manifiestas en los ámbitos laborales universitarios es cuando se va a ejecutar toda una estrategia para desprestigiar y derrocar los centros ideológicos con influencia francesa de las universidades. Los trapos sucios afloran en los medios generalistas: Paul de Man y su pasado antisemita, la indecencia de las fotografías de Robert Mappertholpe, el elitismo y la inmoralidad que muestran los medios de comunicación pública, en fin, la influencia barbara que adoctrina a los hijos de América que sólo leen a lesbianas negras y escuchan rock satánico. Todos terminan siendo, desde la contraofensiva conservadora y patriota que impera en la era Reagan de los intelectuales neoconservadores alejados de las esferas del poder académico, “enemigos de la Democracia”. En gran medida todo este planteamiento antiintelectual tenía el firme propósito de expulsar a los “radicales” de las universidades y, sobre todo, justificar el importante recorte en el gasto público hacia la Universidad. A la vez había que difundir los valores de la América eterna y se inicia desde la Administración todo un proceso de financiación de elites y de justificación del liberalismo mercantilista que se quería imponer. En este contraofensiva quizá el texto de mayores consecuencias haya sido “El fin de la Historia” de Fukuyama y la obra y la influencia de Levi Strauss.

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Es cierto que la victoria de esta contraofensiva conservadora no hubiera sido tan fácil si la izquierda no hubiera despojado de contenido político a su pensamiento. Es cierto que la acción política no es algo que se sigue demasiado bien del pensamiento de Foucault o de Derrida o de Deleuze o de Lyotrad. El proceso que siguió en Estados Unidos, y diría que en todo el mundo occidental, a la irrupción del pensamiento francés ha consistido en un abandono cada vez más manifiesto de la acción política. La izquierda se ha segmentado en una diversidad de izquierdas donde el enemigo se ha confundido y donde entrar a dividir cualquier causa común ha sido lo más sencillo para una derecha que se cobija en valores firmes y eternos y que se apoya en una gestión del capital que le permite manejar las instituciones universitarias y científicas. En la era de lo post, la izquierda se ha convertido en una izquierda postpolítica donde cuenta más el reconocimiento casi corporativo de cada grupo que la lucha social y más los signos de afiliación que el combate político.

Llegados a este punto y para terminar en un ejercicio de estilo muy interesante, se depone el análisis profundo de los intereses políticos y de las complejas relaciones entre los diversos agentes sociales, para mostrarnos desde otra perspectiva los agentes internos del proceso académico: profesores y estudiantes; y las consecuencias de la llegada del pensamiento postestructuralista en áreas culturales como puede ser el arte y las prácticas artísticas y en la cibercultura emergente a partir de los años noventa.


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Adolfo Vásquez Rocca Universidad Andres Bello UNAB


En este cambio de registro se selecciona a seis “estrellas del campus” que a su juicio representan la mejor digestión del postestructuralismo francés y a la vez la autoridad intelectual del campus americano: Judith Butler, Gayatri Spivak, Stanley Fish, Edward Said, Richard Rorty y Fredric Jameson. En unas pocas páginas para cada uno de ellos y ellas nos ofrece un perfil de su pensamiento teórico sumamente rentable para el lector. El cambio de perspectiva y de estilo nos muestra una vez más lo elaborado del texto y la densidad de análisis que despliega. Esta nueva mirada que ahora habría de calificar como filosofía de la filosofía resulta bastante inédita, pero muy productiva. Vemos a Cusset empleando los métodos y el tipo de análisis que los filosofos de… emplean en los distintos campos de la experiencia humana sobre la que dirigen sus miradas por encima de las cosas, pero ahora al volcarlos sobre ellos mismos nos desvela esos procesos por los que los textos se escriben, se difunden, se descontextualizan y se sirven en las más variadas bandejas que van a alimentar a los más variados comensales. Es esta filosofía de la filosofía, de la que ya había dado muestras sumamente interesantes cuando comenta el caso Sokal, en la introducción o cuando en apenas un par de páginas (pongan atención a las páginas que van de la 97 a la 103) desentraña los procesos de creación teórica, los mecanismos de la traducción, el trabajo y consecuencia de la cita y la consecuente invención de una teoría que se desentraña filosófica, sociológica, política y culturalmente, la que mantiene coherente todos los registros de análisis que el autor despliega.

Por el mismo precio –que por cierto, para la cuidadosa edición que ha hecho la joven editorial Melusina ya es una ganga- encontramos entonces otro libro que, al menos para mi, ha resultado mucho más interesante, esclarecedor y gratificante, que todos los demás que mencionábamos anteriormente. Un libro que se teje entre líneas y que permite a esta obra escapar del localismo y de la temporalidad de la que sospechaba líneas arriba y que generaliza una metodología de análisis de la difusión, influencia, perturbación y trascendencia del trabajo intelectual de la que fácilmente se podría elaborar una teoría de corte evolucionista de la difusión de ideas y del establecimiento de creencias. Tengo la impresión de que esto no es un resultado casual y la presencia de la palabra ‘mutaciones’ en el subtítulo de la obra es un dato en este sentido. En el entramado del profuso y concienzudo trabajo que el libro ha exigido, se deja entrever un método generalizable y una mezcla de géneros e intenciones que resulta muy fructífera no sólo para el tema que es el objeto de estudio del volumen, sino para cualquier metateórico que desee desentrañar los misterios de los procesos de creación, difusión, manipulación y olvido de las ideas. Esos Memes que puso en la escena Dennett y que uno nunca puede prever su destino. Este otro libro que se muestra queda tan encajado en los que se dice que -continuando con el resumen- en el momento que concede Cusset al análisis de cómo los estudiantes absorben la teoría de altos vuelos en sus carreras, empezamos a comprender muchos de los fenómenos singulares que ocurren en este mundo del tardocapitalismo. Efectivamente un estudiante en el proceso de formación de los mecanismos de la argumentación, de la reflexión y de la crítica de la teoría, integra a ésta en los episodios vivenciales que cualquier joven quiere destacar en una biografía que sabe que pronto se va a volver monótona, impersonal y obligada a una supervivencia nada fácil en un mundo de incesante competencia y de poca creatividad. Los estudiantes van a hacer habitables las teorías que estudian del mejor modo que puedan recordar después y por eso muchas de las experiencias y actividades que realizan en los campus resultan a la par que creativas, divertidas, epatantes o productivas, burdas lecturas, descontextualizaciones inadmisibles o sencillamente incomprensiones profundas.

La necesidad de integrar vivencialmente lo que se puede relacionar de la teoría con las vidas particulares es la nota característica de la influencia de la filosofía francesa en las prácticas artísticas y en las comunidades de cibernautas. A partir de los años 50, el arte experimenta, y fundamentalmente esto ocurre en América, una explosión de prácticas diversificadas en donde teoría y práxis se van diluyendo en un arte que contiene su propio discurso legitimador. Desde el expresionismo abstracto hasta el arte de la instalación y el uso de las nuevas tecnologías, en muy poco tiempo las tendencias se van sucediendo a partir de reflexiones teóricas y estéticas en donde la filosofía francesa se revela más valiosa que el pensamiento marxista o romántico anterior. El arte minimal, el conceptual, el happening, el arte pop incluso el Land Art van a tomar como biblia la obra de Braudillard. Según afirma un galerista “en dos años todo el mundo había leído Simulations”

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Adolfo Vásquez Rocca Universidad Complutense de Madrid y Universidad Andres Bello UNAB

En esta relación entre artistas y pensadores se producirán interacciones en ambos sentidos. Así algunos artistas como Mark Tansey van a colocar en sus obras los personajes de Derrida o Paul de Man, Rainer Ganahl crea un complejo cuadro con el índice de la obra de Deleuze, Masoquismo. Un video de Diana Thater es calificado como la expresión plástica de la Lógica del Sentido de Deleuze. Y por parte de la reflexión francesa es más que bien conocido el interés estético de Baudrillard, Foucault, Virilo, Lyotard y desde luego Deleuze.

En el campo de la arquitectura la relación resultó ser casi inevitable. Virilo cofunda el colectivo Architecture Principie en 1963, Baudrillard dialoga con Beauborg o con Nouvel. En América tras la caída del modernismo cristaliza un práctica teórica de la arquitectura que señala como mentor teórico, además de los citados, fundamentalmente a Derrida. Los representantes de este nuevo teorismo arquitectural son Peter Eisenman, Bernard Tschumi. Antony Vidler y Mark Wigley, entre otros.

Pero no solamente encontramos huellas (el término derridiano parece aquí conveniente) del pensamiento postestructuralista en el arte –digamos- más culto o de más honda tradición, también en determinados DJ’s intelectualizados de la música Hip-Hop, en portales de Internet que se amparan en la teoría rizomática deleuziana para exponer determinadas políticas de organización, gestión y uso de la red, en hacker activistas de los primeros años 90’s, y en una presencia de los autores franceses en sitios de todo tipo sin parangón con otras corrientes de pensamiento u otros movimientos artísticos o culturales intelectualizados.

La verdadera influencia y la presencia aún de la teoría francesa en los Estados Unidos, en el resto del mundo y en el retorno que estos autores han tenido en su Francia natal. Tras las idas y venidas, los ataques y contraataques, la crítica y la anticrítica, muchos autores estiman que todo este proceso no ha sido más que una moda dentro del mercado de las ideas de la que hoy no quedan sino formas –naturalmente- pasadas de moda, pero sin calado ni profundidad. Contra esto, cabe decir que en la medida en que la teoría ha tenido y sigue teniendo un proceso de lectura, de discusión, de crítica incluso, no puede ser solamente un efecto pasajero de una teoría que renovó los léxicos filosóficos, las estrategias de análisis y las formas de acción. Incluso en su muerte anunciada se prueba que el postestructuralismo francés ha sido una corriente profunda y novedosa de la que la historia tendrá que ocuparse. “Pues la teoría francesa encarna también, en la universidad y más allá, la esperanza de que el discurso vuelva a dar vida a la vida, que dé acceso a una fuerza vital intacta, aparentemente ignorada por la lógica mercantilista y el cinismo del ambiente.” Para argumentar esta valoración, cabe particularizar la herencia que los pensadores franceses legan en el pensamiento americano y en el del resto del mundo -catalogando todas las influencias significativas y reconocidas. Y a la vez recogiendo las que influyeron en los pensadores franceses, es decir y cómo no, las fuentes alemanas.

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Jacques Ranciere Filosofía Dr. Adolfo Vásquez Rocca

Finalmente, por supuesto, debe evaluarse la presencia contemporánea de estos pensadores en la Francia contemporánea. Una Francia que se ha empeñado en borrar sus huellas y en acallar sus pensamientos, sin conseguirlo del todo. Al fin y al cabo, aunque en esto Francia quizá sea quien mejor se protege de influencias externas, mientras estos pensadores sigan siendo centro de referencia en el mundo globalizado difícilmente podrán silenciarse con un pensamiento reformista y conservador.

French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, Editorial Melusina, Barcelona 2005.

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Filosofía Francesa Badiou por Adolfo Vásquez Rocca

3.-

No es fortuito o arbitrario que Aprender por fin a vivir fuera la última entrevista concedida por Jacques Derrida en las inmediaciones de una muerte que habita ya en su palabra de modo ineludible y que, al haber acaecido después de las de Michel Foucault, Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot y Pierre Bourdieu, parece simbolizar el agotamiento natural de una vitalidad filosófica que pintó con sus nietzscheanos colores tres décadas prodigiosas de pensamiento europeo.

Los que quedan vivos de aquella singular generación, como Jean Baudrillard (lamentablemente fallecido este año) y Alain Badiou, proponen títulos poco alentadores protagonizados por la agonía y el desastre. Y no se trata únicamente de los títulos: Baudrillard describe al poder político como un enfermo moribundo artificialmente mantenido con vida gracias al entubamiento mediático y, si habla de un “complot” del arte es casi únicamente para remitir a un fulgor antiartístico llamado Andy Warhol, que habría sido enterrado en vida por sus imitadores con pretensiones estéticas. Por su parte, Badiou aprovecha toda la lírica vertida en los últimos tiempos por los “comunistas literarios” herederos de Bataille (Nancy, Esposito) para revitalizar una suerte de mao-leninismo filosófico que recupera en toda su crudeza el viejo rencor marxista contra el derecho burgués de la democracia “formal” y que reclama vehementemente una “política sin Estado”, yendo con ambas cosas en una dirección asombrosamente parecida a la que persiguen aquellos que uno supone -quizá ingenuamente- que deberían ser los verdaderos enemigos de un izquierdista.

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Adolfo Vásquez Rocca Universidad Andres Bello UNAB


Pero no nos equivoquemos. Incluso aunque haya algo de “terminal” o de “descomposición” en el perfume exhalado por estos títulos cuasi-póstumos, el corazón del cual son arterias, por muy esclerotizadas que estén últimamente, late ya incorporado a lo mejor de las ideas filosóficas de nuestro tiempo al ritmo de una alegría que si con algo desentona es con ese aire tristón que va adoptando el pensamiento del siglo XXI (tan dado a los desastres, las agonías y los entierros).

De modo que el castigo al que hoy se somete a la “filosofía francesa“, en cuyos excesos se quiere a veces encontrar todas las culpas de nuestras actuales penurias intelectuales, hay que administrarlo con cuidado: no es que haya que eximir a estos autores de todo enjuiciamiento crítico, pero hemos de procurar que nuestra razonada censura de algunas ideas no nos conduzca a condenar la contribución más original y vigorosa del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, porque en tal caso estaríamos patrocinando, aunque fuese con la mejor voluntad, la adaptación de la filosofía al clima deprimente y gris que caracteriza al extendido espíritu de docilidad frente a las humillantes imposiciones de un “realismo” acrítico.

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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

4.-

¿Qué fue de la Filosofía Francesa?

Sobre FRENCH THEORY. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, François Cusset, Melusina. Barcelona, 2005

French theory relata un fragmento de la historia intelectual contemporánea completamente determinante para la atmósfera cultural y política de nuestros días, pero parcialmente desconocido en su detalle: el modo en que un grupo de pensadores franceses, precisamente en el momento en que su influencia estaba decayendo en su país, llegó a convertirse, no solamente en una pléyade de “estrellas” universitarias norteamericanas, sino en suelo fundamental de los grandes debates teóricos de Estados Unidos y en columna vertebral del discurso de una nueva izquierda “post-marxista” que, como todo lo demás, ha acabado también por re-exportarse a Europa.





Para comprender este complejo fenómeno, François Cusset comienza dibujando la coyuntura que atravesaba el mundo académico transatlántico en el momento en el que se produjo el “desembarco” de los continentales: no solamente la efervescencia del movimiento estudiantil contracultural y la renovación producida en las humanidades por el new criticism, sino ante todo la tensión interna que en esos años atravesaban las instituciones de enseñanza americanas, entre la necesidad académica de una educación universalista y la presión del mercado empresarial que exige adaptación de los conocimientos a la demanda profesional. En segundo lugar, el libro describe (y éste es su principal mérito) el gran “malentendido creador” que permitió el trasplante de las doctrinas europeas y las operaciones que garantizaron su perfecto encaje en el campus yanqui: ante todo, la literaturización de la filosofía continental (puesto que los departamentos universitarios de literatura fueron su vía principal de penetración) y su empleo como instrumento de análisis y dignificación de la cultura popular; y, enseguida, su reconversión en arsenal de un combate por el poder cultural contra el neoconservadurismo que comenzó en la “era Reagan” y que fue evolucionando hasta adoptar el cariz de un nacionalismo de la “mayoría moral” (blanca, protestante, anglosajona y varonil), virtualmente confundida con “la cultura occidental” o con “la civilización” a secas.

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Badiou French Art by Adolfo Vásquez Rocca

En este laboratorio, las filosofías “francesas” de la diferencia (Foucault, Deleuze, Baudrillard, Derrida, Lyotard) fueron percibidas como la base ideológica de una respuesta izquierdista a este recrudecimiento de la derecha y acabaron catequizadas en las “políticas de la identidad” de las minorías étnicas, sexuales, lingüísticas y religiosas, logotipo de los estudios culturales y toda su cohorte (”estudios de género”, “estudios gay”, “estudios chicanos”, etcétera), que facilitaron su introducción en las ciencias sociales a través de la antropología y, después, en la filosofía moral y política a través del neocomunitarismo y del multiculturalismo (¿les va sonando? Sí, en esto como en todo, Estados Unidos nos lleva unas décadas de ventaja). Y, aunque Cusset no dice nada de esto, en este punto uno se pregunta si la “adaptación” de los conocimientos a la identidad de sus destinatarios es realmente una alternativa a la sin duda perversa “adaptación” a las exigencias del mercado. Pero sigamos.

Un eco de esa encarnizada lucha ideológica entre el populismo de la mayoría y el de las minorías llegó hasta Europa -que hasta entonces se había conformado con cobrar los dividendos de prestigio correspondientes a la importación de mercancías filosóficas a la nación más poderosa de la tierra- con el llamado “asunto Sokal”: la denuncia de un grupo de científicos norteamericanos contra la “retórica vacía” del pensamiento francés y contra el modo en que estaba minando el rigor y el vigor de las instituciones liberales.

Adolfo Vásquez Rocca

Y es en la reacción de la opinión intelectual francesa a esa polémica en donde Cusset ve un caso de desgracia y de miopía: miopía porque, para evitar que la joven América le hurtase la marca registrada de la Ilustración, se alió con el “humanismo liberal” y, por tanto, contra sus propios vástagos, poniendo fin a la última plataforma de influencia mundial de la gran cultura francesa (que tiene tanta tendencia a confundirse con la esencia de la izquierda como el neoconservadurismo a confundir el american way of life con la civilización), que desde entonces no ha hecho más que retroceder; y desgracia porque según el autor contribuyó a la “derechización” generalizada, ofreciendo a sus hijos bastardos, como única oportunidad de “retornar a la patria”, la de reciclarse al modo conservador en las nuevas estructuras del Estado asistencial o en la administración de empresas, puesto que las universidades ya no están para experimentos sino para dar rendimientos rápidos. French theory es, por tanto, un mapa solvente de este “equívoco fructífero” y una invitación a re-evaluar las filosofías que se encontraron presas en su movimiento, aunque no es esa re-evaluación sino un ejercicio estimulante de historia social del conocimiento. Sin embargo, hay una razón por la cual conviene leer este libro aunque uno no sea francés (ni por tanto pueda lamentarse de la decadencia de la influencia de su gran cultura en el mundo) ni estadounidense (ni por lo tanto pueda enorgullecerse de la capacidad de absorción y recreación dinámica de sus instituciones culturales o apenarse de la penetración del gusano de la extravagante impostura francesa que corrompe el sano liberalismo nacional): y es que se llega a comprender el significado del término post aplicado a la cultura (o sea, el éxito de etiquetas como postmodernidad, postestructuralismo, postilustración o postnacionalismo, entre otros cientos): post-it -la fórmula es del Canard enchaîné-, se pegan por todas partes. En los tiempos inmediatamente siguientes a la Segunda Guerra Mundial, todo lo que venía de Estados Unidos era “nuevo” en el sentido de que renovaba o rejuvenecía las tradiciones europeas (el imperialismo era un “neo-colonialismo”, la filosofía analítica norteamericana un “neo-positivismo”, etcétera); hoy, perdido completamente el impulso jovial de los pioneros, Estados Unidos ha dejado de ser el laboratorio de la renovación de las ideas europeas para convertirse en su nicho funerario: es el futuro de Europa (y del mundo entero), su después absoluto e irrenunciable, su destino inapelable y el lugar en donde llegan a ser lo que eran, en donde revelan la verdad de lo que habrán sido en la historia. Son nuestra posteridad intelectual.

FILOSOFIA FRANCESA POST-ESTRUCTURALISTA Por Adolfo Vásquez Rocca

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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

PANORAMA DE LA FILOSOFÍA FRANCESA CONTEMPORANEA 1

Alain Badiou. París.
Querría presentaros algunas notas sobre la filosofía francesa comenzando por una paradoja: eso que es lo más universal es también , al mismo tiempo, lo más particular. Es lo que Hegel llama el universal concreto, la síntesis de lo que es absolutamente universal, que es para todos, y de lo que al mismo tiempo, tiene un lugar y un momento particulares. La filosofía es un buen ejemplo; como sabéis, la filosofía es absolutamente universal, la filosofía se dirige a todos, sin excepción, pero hay en filosofía muy importantes particularidades nacionales y culturales. Hay eso que yo llamaría momentos de la filosofía, en el espacio y en el tiempo. La filosofía es pues una ambición universal de la razón y, al mismo tiempo, se manifiesta por momentos enteramente singulares. Tomemos dos ejemplos, dos momentos filosóficos particularmente intensos y conocidos. En primer lugar, el momento de la filosofía griega clásica, entre Parménides y Aristoteles, entre el V y el III siglo a.C., momento filosófico creador, fundador, excepcional y finalmente bastante breve en el tiempo. Después tenemos otro ejemplo, el momento del idealismo alemán, entre Kant y Hegel, con Fichte y Schelling, todavía un momento excepcional, entre el fin del siglo XVIII y el inicio del siglo XIX, un momento intenso, creador y, ahí también, en el tiempo, un momento breve. Querría así pues sostener una tésis histórica y nacional: ha habido o hay, según me sitúe, un momento filosófico francés que se mantiene durante la segunda mitad del siglo XX y querría intentar pres el vínculo de todos estos filósofos con la literatura en esta secuencia. Y en cuarto lugar, hablaría de la discusión constante, durante todo este periodo, entre la filosofía y el psicoanálisis. Cuestión del origen, cuestión de las operaciones, cuestión del estilo y de la literatura, cuestión del psicoanálisis, tales serán mis medios para intentar identificar esta filosofía francesa contemporánea.
Así pues en primer lugar, el origen. Para pensar este origen, es preciso remontarse al inicio del siglo XX donde se opera una división fundamental de la filosofía francesa: la constitución de dos corrientes verdaderamente diferentes. Doy algunas referencias: en 1911, Bergson da dos conferencias célebres, en Oxford, y publicadas en la selección de Bergson que tiene por título La pensée et le mouvement, y en 1912, al mismo tiempo así pues, aparece el libro de Brunschvicg que tiene por título Les étapes de la philosophie mathématique. Estas dos intervenciones filosóficas intervienen hasta justa antes de la guerra del 14. Ahora bien, estas dos intervenciones indican la existencia de dos orientaciones extremadamente diferentes. En el caso de Bergson, tenemos eso que se podrá llamar una filosofía de la interioridad: la tésis de una identidad del ser y del cambio, una filosofía de la vida y del devenir. Esta orientación continuará durante todo el siglo hasta Deleuze incluso.
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En el libro de Brunschvicg, se descubre una filosofía del concepto apoyada sobre las matemáticas, la posibilidad de una suerte de formalismo filosófico, una filosofía del pensamiento o de lo simbólico y esta orientación ha continuado durante todo el siglo, en particular con Lévi-Strauss, Althusser y Lacan.
Tenemos entonces, a principio del siglo, lo que llamaría una figura dividida y dialéctica de la filosofía francesa. De un lado, una filosofía de la vida; del otro, una filosofía del concepto. Y este problema entre vida y concepto va a ser el problema central de la filosofía francesa, comprendido en el momento filosófico del que hablo, el de la segunda mitad del siglo XX. En una discusión sobre la vida y el concepto, hay finalmente una discusión sobre la cuestión del sujeto, la cual organiza todo el periodo. ¿ Por qué? Porque un sujeto humano es a la vez un cuerpo viviente y un creador de conceptos. El sujeto es la parte común de las dos orientaciones: es interrogado en cuanto a su vida, su vida subjetiva, su vida animal, su vida orgánica; y es también interrogado en cuanto a su pensamiento, en cuanto a su capacidad creadora, su capacidad de abstracción. La relación entre cuerpo e idea, entre vida y concepto va a organizar el devenir de la filosofía francesa y este conflicto está presente desde el inicio del siglo con Bergson de un lado y de Brunschvicg del otro.Podemos entonces decir que la filosofía francesa va a constituir una suerte de campo de batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Kant es el primero en definir la filosofía como un campo de batalla, en el cual nosotros somos los combatientes, más o menos fatigados. La batalla central de la filosofía en la segunda mitad del siglo va a ser una batalla alrededor de la cuestión del sujeto. Doy rapidamente algunas referencias: Althusser define la historia como un proceso sin sujeto y el sujeto como una categoría ideológica; Derrida, en la interpretación de Heidegger, consideró el sujeto como una categoría de la metafísica, y Lacan, creó un concepto del sujeto -por no decir nada del lugar central del sujeto en Sartre o Merleau-Ponty. Entonces una primera manera de definir el momento filosófico francés sería hablar de la batalla a propósito de la noción de sujeto, porque la cuestión fundamental es ahí la cuestión de la relación entre vida y concepto, y que ella no es en definitiva más que la interrogación fundamental sobre el destino del sujeto.
Resaltemos, sobre este punto de los orígenes, que se podría remontar más lejos y decir, a fín de cuentas, que hay ahí una herencia de Descartes, y que la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo es una inmensa discusión sobre Descartes. Pues Descartes es el inventor filosófico de la categoría de sujeto y el destino de la filosofía francesa, su misma división, es una división de la herencia cartesiana. Descartes es a la vez un teórico del cuerpo físico, del animal-máquina, y un teórico de la reflexión pura. Se interesa así pues, en cierto sentido, en la física de as cosas y en la metafísica del sujeto. Se encuentran textos sobre Descartes en todos los grandes filosófos contemporáneos, hay un destacable artículo de Sartre sobre la libertad en Descartes, y la tenaz hostilidad de Deleuze con Descartes, hay, en definitiva, tanto Descartes cuanto filósofos hay en la segunda mitad del siglo XX , lo que muestra de una manera muy simple que esta batalla filosófica es también finalmente la de la apuesta y de aquello que está en juego en Descartes. Los orígenes nos dan entonces una primera definición de este momento filosófico como batalla conceptual alrededor de la cuestión del sujeto.
Mi segundo momento será identificar las operaciones intelectuales comunes a todos estos filósofos. Definiría cuatro que, según creo, muestran bien la manera de hacer de la filosofía y que son en alguna manera operaciones metódicas.
La primera operación es una operación alemana, o una operación francesa sobre los filósofos alemanes. En efecto, toda la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo XX es en realidad también una discusión de la herencia alemana. Hubo dos momentos, a todos los efectos, importantes en esta discusión, por ejemplo el seminario de Kojéve sobre Hegel en los años 30 que ha sido de una importancia considerable, que Lacan ha seguido y que ha marcado a Lévi-Strauss. Además está el descubrimiento por los jóvenes filósofos franceses de los años treinta y cuarenta de la fenomenología, por la lectura de Husserl y de Heidegger. Sarte, por ejemplo, ha modificado completamente su perspectiva cuando, encontrándose en Berlin, ha leído directamente los textos de Husserl y de Heidegger; el mismo Derrida es en principio y ante todo un interprete absolutamente original del pensamiento alemán. Y después está Nietzsche, filósofo fundamental también para Foucault como para Deleuze. Se puede entonces decir que los franceses han ido a buscar alguna cosa en Alemania, en Hegel, en Nietzsche, en Husserl y en Heidegger.
¿Qué es lo que la filosofía francesa ha ido a buscar en Alemania? Se puede resumir en una frase: una nueva relación entre el concepto y la existencia, que ha tomado muchos nombres: deconstrucción, existencialismo, hermenéutica. Pero a través de todos estos nombres, teneís una búsqueda común que es modificar, desplazar la relación entre el concepto y la existencia. Como la cuestión de la filosofía francesa, desde el inicio del siglo, era ’vida y concepto’, esta transformación existencial del pensamiento, esta relación del pensamiento con su suelo vital interesaba vivamente a la filosofía francesa. Es lo que llamo su operación alemana. : encontrar en la filosofía alemana nuevos medios para tratar la relación entre concepto y existencia. Es una operación porque esta filosofía alemana devino, en su traducción francesa, el campo de batalla de la filosofía francesa, alguna cosa, a todos lo efectos, nueva. Hicimos una operación en todos los sentidos particular que ha sido, si puedo decirlo, la apropiación francesa de la filosofía alemana. Es la primeraoperación.
La segunda operación, no menos importante, ha concernido a la ciencia. Los filósofos franceses de la segunda mitad del siglo han querido arrancar la ciencia del estricto dominio de la filosofía del conocimiento; mostrando que era más vasta y más profunda que la simple cuestión de conocimiento, en tanto que actividad productora, creación y no simplemente reflexión o cognición. Han querido encontrar en la ciencia modelos de invención, de transformación, para finalmente inscribir la ciencia no en la revelación de los fenómenos, en su organización, sino como ejemplo de actividad del pensamiento y de actividad creadora comparable a la actividad artística. La operación a propósito de la ciencia ha consistido en desplazar la ciencia del campo del conocimiento al campo de la creación y finalmente en aproximarla progresivamente al campo de la actividad artística.
Este proceso encuentra su culminación en Deleuze quien compara, de manera muy sutil e íntima, creación científica y creación artística, pero que comienza bien pronto como una de las operaciones constitutivas de la filosofía francesa.

La tercera operación es una operación política. Todos los filósofos de este periodo han querido comprometer en profundidad a la filosofía en la cuestión política: Sartre, el Merleau-Ponty de postguerra, Foucault, Althusser, Deleuze, han sido activistas políticos. A través de esta actividad poolítica, han buscado una nueva relación entre el concepto y la acción. Lo mismo que los alemanes, buscaban una nueva relación entre el concepto y la existencia, han buscado en la política una nueva relación entre el concepto y la acción y en particular, la acción colectiva. Este deseo fundamental de comprometer a la filosofía en las situaciones políticas viene a modificar la relación entre el concepto y la acción.

En fin, la cuarta operación, la llamaría una operación moderna: modernizar la filosofía. Antes incluso de que no se hable de otra cosa todos los días que de modernizar la acción gubernamental ( hoy día es necesario modernizarlo todo, lo que quiere inmediatamente decir destruirlo todo), hubo en los filósofos franceses un profundo deseo de modernidad. Eso quería decir seguir de cerca las transformaciones artísticas, culturales, sociales y las transformaciones de las costumbres. Hubo un interés filosófico muy fuerte por la pintura no figurativa, por la nueva música, por le teatro, por la novela policíaca, por le jazz, por le cine. Hubo una voluntad de acercar la filosofía a lo que había de más denso en el mundo moderno. Hubo también un interés muy vivo por la sexualidad, por los nuevos estilos de vida. Y a través de todo esto, la filosofía buscaba una nueva relación entre el concepto y el movimiento de las formas: las formas artísticas, sociales y de la vida. Esta modernización era la búsqueda de una nueva manera para la filosofía de aproximarse a la creación de las formas. Este momento filosófico francés ha sido, así pues, una apropiación nueva de la creación alemana

La cuestión de las formas, la búsqueda de una intimidad de la filosofía con la creación de las formas es muy importante. Evidentemente esto ha planteado la cuestión de la forma de la filosofía misma: no se puede desplazar el concepto sin inventar nuevas formas filosóficas. Se necesita además cambiar la lengua de la filosofía y no solamente crear nuevos conceptos. Esto ha implicado una relación muy singular entre la filosofía y la literatura, que es una característica impresionante de la filosofía francesa del el siglo XX. Se puede decir que es una larga historia francesa - recordando a aquellos que en el siglo XVIII se llamaba les philosophes eran todos grandes escritores, Voltaire, Rousseau o Diderot, los cuales son clásicos de nuestra literatura y así pues los ancestros de esta cuestión. Hay autores completos en Francia de los que no se sabe si pertenecen a la literatura o a la filosofía, Pascal, por ejemplo, que es ciertamente uno de los más grandes escritores de nuestra historia literaria y sin duda uno de nuestros más profundos pensadores.
En el siglo XX, Alain, un filosófo en apariencia clásico, en el curso de los años treinta/cuarenta, un filósofo no revolucionario y que no pertenece a este momento del cualyo hablo, está muy próximo a la literatura; para él, la escritura es esencial y ha producido numerosos comentarios de novelas- sus textos sobre Balzac son además muy interesantes- y comentarios sobre la poesía francesa, notablemente sobre Valéry. Así pues, hasta en las figuras clásicas de la filosofía francesa del S.XX, se nota este vínculo tan estrecho entre filosofía y literatura. Los surrealistas han jugado también un rol importante: querían también modificar la relación con la creación de las formas, con la vida moderna, con las artes; querían inventar nuevas formas de vida. Este programa era en ellos un programa poético, pero preparó, en Francia, el programa filosófico de los años cincuenta y sesenta.

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Querría recordar el vínculo entre ambos: Lacan o Lévi-Strauss han frecuentado y conocido a los surrealistas. Hay pues en esta historia compleja una relación entre proyecto poético y proyecto filosófico y el desplazamiento conceptual que propone. Asistimos entonces a un cambio espectacular de la escritura filosófica. Muchos de entre nosotros estamos habituados a esta escritura, la de Deleuze, la de Foucault, la de Lacan; y nos representamos mal en qué punto es una ruptura extraordinaria extraordinaria con el estilo filosófico anterior. Todos estos filósofos se han esforzado en poseer un estilo propio, en inventar una escritura nueva; han querido ser escritores. En la obra de Deleuze o de Foucault, encontrareís alguna cosa nuevo a todos los efectos en el movimiento de la frase. La relación entre el pensamiento y el movimiento de la frase es en todos los sentidos original.
Tenéis un ritmo afirmativo en todo nuevo; un sentido de la fórmula que es también espectacularmente inventivo. En la obra de Derrida, encontraréis una relación complicada y paciente de la lengua con la lengua, un trabajo de la lengua sobre ella misma, y el pensamiento pasa a través del trabajo de la lengua sobre la lengua. En la obra de Lacan, tenéis una sintáxis espectacularmente compleja que no se parece finalmente más que a la de Malarmé, heredera directo de la sintáxis de Mallarmé y entonces sintáxis directamentepoética.
Hubo así pues una transformación del estilo filosófico y de las tentativas para desplazar las fronteras entre filosofía y literatura; es necesario recordar que Sartre es también novelista y dramaturgo lo que es una novedad, es también mi caso. La particularidad de esta filosofía francesa es jugar sobre varios registros de la lengua y desplazar la frontera entre la filosofía y la literatura o entre la filosofía y el teatro. En el fondo, se podría decir que una de las metas de la filosofía francesa ha sido crear un lugar de escritura nuevo donde la literatura y la filosofía serían indiscernibles; un lugar que no sería ni la filosofía como especialidad, ni exactamente a literatura, pero que sería una escritura donde no se puede distinguir tampoco la filosofía y la literatura, es decir, donde no se puede distinguir más entre el concepto y la vida, pues finalmente esta invención de escritura consiste en dar una nueva vida al concepto, una vida literaria al concepto. A través de estainvención, esta nueva escritura, se trata finalmente de decir el nuevo sujeto, de crear en filosofía la nueva figura del sujeto, la nueva batalla a propósito del sujeto. Pues no puede ser el sujeto racional consciente venido directamente de Descartes; no puede ser, para decirlo más tecnicamente, el sujeto reflexivo; debe ser alguna cosa más oscura, más vinculada a la vida, al cuerpo, un sujeto más vasto que el sujeto consciente, alguna cosa que es como una producción o una creación que concentra en ella fuerzas más vastas. Que ella tome la palabra sujeto, o que no la tome, es eso lo que la filosofía francesa intenta decir, encontrar y pensar. Es porque el psicoanálisis es un interlocutor, porque al fondo la gran invención freudiana ha sido también una nueva proposición del sujeto. Lo que Freud ha introducido con la idea del inconsciente era precisamente que la cuestión del sujeto era más vasta que la consciencia, es la significación fundamental de la palabra inconsciente.http://www.palimpsestes.fr/textes_philo/levi_strauss/une_ls.jpgLévi-Strauss Por Adolfo Vásquez Rocca Filosofía Francesa Postestructuralista

Resulta que toda la filosofía francesa contemporánea ha implicado una amplia discusión con el psicoanálisis. Esta discusión, en Francia, en la segunda mitad del siglo XX, es una escena de una gran complejidad, y se podría hablar solo de eso, muy largamente, porque en sí sola, esta escena ( este teatro) entre la filosofía y el psicoanálisis es absolutamente reveladora. En el fondo, su apuesta fundamental es la división de las dos grandes corrientes de la filosofía francesa desde el inicio del siglo.
Volvamos sobre esta división. Tenéis de un lado lo que llamaría un vitalismo existencial, que tiene su origen en Bergson, y pasa ciertamente por Sartre, Foucault y Deleuze; y del otro, hay lo que llamaría un formalismo conceptual que se encuentra en Brunschvicg y que pasa por Althusser y Lacan. Eso que cruza a los dos, el vitalismo existencial y el formalismo conceptual, es la cuestión del sujeto. Porque un sujeto es finalmente eso cuya existencia lleva (sostiene, porta..?) el sujeto. Ahora bien, en un cierto sentido, el inconsciente de Freud ocupa exactamente ese lugar; el inconsciente es también alguna cosa vital o existente que trae el concepto. Cómo una existencia puede llevar un concepto, cómo alguna cosa puede ser creada a partir de un cuerpo, esa es la cuestión central, eso por lo que hay esta relación muy intensa con el psicoanálisis. Evidentemente, la relación con ese que hace la misma cosa que usted, pero de otra manera, es difícil. Se puede decir que es una relación de complicidad - hacéis la misma cosa- , pero es también una relación de rivalidad - lo hacéis de distinta manera. Y la relación de la filosofía con el psicoanálisis en la filosofía francesa es exactamente eso: una relación de complicidad y de rivalidad. Es una relación de fascinación y de amor y de hostilidad y odio. Por todo esto resulta una escena violenta y compleja. Tres textos fundamentales permiten hacerse una idea de todo esto. El primero es el inicio del libro de Bachelard, publicado en 1938, que se llama El psicoanálisis del fuego, que es un libro muy claro sobre esta cuestión. Bachelard propone un nuevo psicoanálsis, apoyado en la poesía, en el sueño, que se podría llamar un psicoanálisis de los elementos: el fuego, el aire, el agua, la tierra, un psicoanálisis elemental. En el fondo, Bachelard intenta reemplazar el peso determinante de lo sexual, en la obra de Freud, por la ensoñación y mostrar que la ensoñación es una cosa más amplia y más abierta que la determinación sexual. Esto s encuentra muy claramente en el inicio de El psicoanálisis del fuego.

El segundo texto, es el final de L’être et le néant de Sartre, donde propone también la creación de un nuevo psicoanálsis, que él llama el psicoanálisis existencial. Ahí la complicidad/rivalidad es ejemplar. Sartre opone este psicoanálisis existencial alpsicoanálisis de Freud al que llama un psicoanálisis empírico. La idea es que él propone un verdadero psicoanálisis teorico, así como Freud propone un psicoanálisis empírico. Si Bachelard quería reemplazar la presión sexual por la ensoñación, Sartre quiere reemplezar el complejo freudiano, es decir la estructura del inconsciente, por lo que él llama el proyecto. Lo que define al sujeto para Sartre no es una estructura, neurótica o perversa, sino un proyecto fundamental, un proyecto de existencia. Tenemos ahí un ejemplo perfecto de combinación entre complicidad y rivalidad.
La tercera referencia es el capítulo cuatro de El antiedipo de Deleuze y Guattari donde está ahí también propuesto reemplazar el psicoanálisis por otro método que Deleuze llama el esquizoanálisis, en rivalidad absoluta con el psicoanálisis en el sentido de Freud. Esto es los extraordinario: tres grandes filósofos, Bachelard, Sartre y Deleuze han propuestoreemplezar el psicoanálisis por otra cosa.
En Bachelard es la fantasía más bien que el peso sexual; en Sartre, el proyecto más bien que la estructura o el complejo; y en Deleuze, el texto es al respecto muy claro, es la construcción más bien que la expresión - su gran reproche al psicoanálisis es no hacer más que expresar las fuerzas del inconsciente cuando debería construirlo. Deleuze dice expresamente: reemplacemos la expresión freudiana por la construcción que es la obra delesquizoanálisis.
Todo esto dibuja una suerte de paisaje filosófico que quiero recapitular ante ustedes. En términos objetivos, hubo un programa filosófico y creo que un momento filosófico se define por un programa de pensamiento. Claro está, los filósofos son muy diferentes y el programa es tratado de manera muy distinta. Nosotros podemos ver lo que
hay de históricamente común, no las obras, no el sistema, ni siquiera los conceptos sino el programa. Cuando la cuestión es fuerte y es compartida, hay un momento filosófico, con una gran diversidad de medios, de obras y de filósofos. Así pues, ¿cuál era este programa en el curso de los últimos cincuenta años del siglo XX?
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En primer lugar, no oponer más el concepto a la existencia, acabar con esta separación . Mostrar que el concepto está vivo, que es una creación, un proceso y un acontecimiento y que en este sentido no está separado de la existencia. Segundo punto, inscribir la filosofía en la modernidad, lo que quiere decir también sacarla de la academia, hacerla circular en la vida. La modernidad sexual, artística, social, es necesario que la filosofía esté mezclada con todo eso.
Tercer punto del programa, abandonar la oposición entre filosofía del conocimiento y filosofía de la acción. Esta gran separación que estaba en la obra de Kant, por ejemplo, entre razón teórica y razón practica ; abandonar entonces esta separación y mostrar que el conocimiento es él mismo una práctica, que incluso el conocimiento científico es en realidad una practica.

Quinto punto, retomar la cuestión del sujeto, abandonar el modelo reflexivo y entonces, discutir con el psicoanálisis, rivalizar con él y hacer bastante bien lo que él, incluso mejor que él.

En fin, sexto punto, crear un estilo filosófico, un nuevo estilo de exposición filosófica y, entonces, rivalizar con la literatura. En el fondo, inventar una segunda vez, después del siglo XVIII, el escritor filósofo, recrearlo.
Es este el momento filosófico francés, su programa y su gran ambición. Yo creo que había ahí un deseo esencial; afín de cuentas, toda identidad es identidad de un deseo. Había el deseo esencial de hacer de la filosofía una escritura activa, el medio de un nuevo sujeto, el acompañamiento de un nuevo sujeto. Así pues, hacer del filósofo otra cosa que un sabio, acabando con la figura meditativa, profesoral o reflexiva del filósofo. Hacer del filósofo otra cosa que un sabio, es hacer de él otra cosa que el rival de un sacerdote. Hacer de él un escritor combatiente, un artista del sujeto, un amante de la creación, un militante filosófico, estos son nombres para este deseo que atravesó este periodo y era que la filosofía actuase en su propio nombre. Todo esto me hace pensar en una frase de Malraux quien la atribuye a de Gaulle en su texto Les chênes qu’on abat: la grandeza es un camino hacia alguna cosa que no se conoce. Creo que la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo XX, el momento filosófico frances, ha propuesto en el fondo a la filosofía preferir el camino al conocimiento del fin, la acción o la intervención filosófica a la meditación y a la sabiduría. Ha sido una filosofía sin sabiduría, eso mismo que hoy se le reprocha.Pero el momento filosófico francés ha deseado en el fondo la grandeza más bien que la felicidad. Creo que hemos deseado en todos los sentidos especial, que es en efecto problemática: nosotros hemos deseado ser los aventureros del concepto. Es en el fondo desear no una separación clara entre vida y concepto, ni tampoco que la existencia sea sometida a la idea o a la norma, sino que el concepto él mismo sea un camino del que no se conoce forzosamente el fin. Tras la época de los aventureros viene generalmente la época del orden. Este es el problema. Se comprende: hubo en esta filosofía un lado pirata, Deleuze lo llamaba voluntades nómadas. Aventureros del concepto me parece es la fórmula que podría reconciliarlos a todos, y es por lo que yo diría que hubo en Francia, en el siglo XX, un momento de aventura filosófica.
1 .- Traducción de Pelayo Pérez de la versión francesa del mismo título, publicado en inglés en setiembre-octubre del 2005 en la New Left Review, y que se tomó de una conferencia impartida por el autor en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en Junio del 2004. Se reproducen ambas versiones con la autorización del autor.


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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

BADIOU, A.: “Panorama de la filosofía francesa contemporánea”,

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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

5.- La teoría francesa en la academia norteamericana

Foucault, Derrida y Deleuze las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos

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Stanley Fisch comenta en el New York Times el libro French Theory: How Foucault, Derrida, Deleuze, & Co. Transformed the Intellectual Life of the United States, de Francois Cusset, pronto a aparecer publicado por la editorial University of Minnesota Press.

Ver el comentario completo de Fisch más abajo y la polémica a que dio lugar en el blog del diario.

Del libro de Cusset existe asimismo una traducción española:

François Cusset, French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. Editorial Melusina, Barcelona 2005

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Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

El presente apartado es un comentario del libro de François Cusset: Teoría francesa. Las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos , texto analítico, caleidoscópico e innovador. En dicha obra, Cusset trata con suma lucidez la influencia de los autores postestructuralistas franceses en la academia universitaria americana y cómo, a partir de devotas lecturas, se desencadena una ideológica guerra entre cánones literarios en el país del beligerante tío Sam, entre Estudios Culturales y reivindicaciones del mercado, la patria y el fin de la historia. En este sentido, French Teory muestra el making off y el behind the scenes de la filosofía francesa en EU, esto es, cómo Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, Kristeva junto otros comentadores nacionales de gran prestigio como Rorty y Butler, pululan con el aura de estrellas hollywoodenses por los campus universitarios y las librerías especializadas. En relación a lo anterior, se muestra que el mérito de los teóricos radica haber elaborado sutiles instrumentos analíticos para la comprensión de la ingente heterogeneidad cultural estadounidense y mundial. En suma, se presenta un libro del que se recomienda encarecidamente su lectura, un libro por el cual la hora de la gran filosofía comparada ha llegado.

"En las tres últimas décadas del siglo XX, algunos nombres de pensado­res franceses han adquirido en Estados Unidos un aura reservada hasta entonces a los héroes de la mitología estadounidense o a las estrellas del show business. Incluso podríamos jugar a calcar el mundo intelectual estadounidense sobre el universo del Western de Hollywood: estos pensadores franceses, a menudo marginados en su país de origen, obtendrían seguramente los papeles protagonistas. Jacques Derrida podría ser Cint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard no estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla de bondad y sombría indife­rencia, además de su común habilidad para aparecer donde menos se les espera. Jacques Lacan representaría a un Robert Mitchum irascible, en razón de su común inclinación por el gesto criminal y su incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari, más que los Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer, evocarían al dúo hirsuto, exhausto pero su­blime, de Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Y sobrarían motivos para ver en Michel Foucault a un Steve McQueen im­previsible, por su conocimiento de la cárcel, su risa inquietante y su in­dependencia de francotirador, figurando a la cabeza de tamaño reparto como el favorito del público. Tampoco habría que olvidar a Jean-François Lyotard como Jack Palance, por su alma burilada, a Louis Althusser como James Stewart, por su silueta melancólica y, con respecto a las mu­jeres, a Julia Kristeva como Meryl Streep, madre coraje o hermana de exi­lio, y a Héléne Cixous como Faye Dunaway, feminidad exenta de todo modelo. Un Western improbable, en el que los decorados se transforma­rían en personajes, la astucia de los Indios les daría la victoria, y adonde jamás llegaría la sudorosa caballería."

La precisión o el acierto en la asociación entre pensadores y estrellas de cine o personajes llevados a la gran pantalla por determinados actores anima a la lectura y no sólo por aventurar una zona de proyección, a la que la imaginación humana es tan proclive y tan fructífera; tampoco sólo porque nos muestre la posibilidad de traspasar los límites de los campos y de las disciplinas y tampoco exclusivamente porque el ejercicio de la transfiguración permite al lector otros muchos juegos de metáforas. También por razones más objetivas, porque de los autores que French Theory analiza son hoy clásicos del siglo XX, centro de referencia para el diálogo y el trabajo filosófico y, en consecuencia, nuevos datos, nuevas reflexiones han de animar la discusión.

Pero a pesar de todos estos motivos, cuando uno se adentra en las profusamente documentadas páginas de este libro, en algún momento, uno se para y se pregunta por el interés que puede tener algo que resulta tan local, tan temporal y en cierta medida tan provinciano: La influencia de los autores franceses postestructuralistas en la academia universitaria norteamericana.

Sin duda, el tema no es tan banal como parece. Al fin y al cabo, Estados Unidos es la potencia económica, política y cultural de nuestro tiempo, el imperio según el análisis de Toni Negri, y el pensamiento francés es uno que tiene etiqueta propia desde hace ya muchos siglos. Pero, ¿por qué investigar las relaciones, influencias, perturbaciones e incidencias de una cultura filosófica en otra? ¿No valdría también entonces investigar lo mismo en cualquier otro contexto, en cualquier otra disciplina? ¿Por qué no investigar la influencia de determinados textos alemanes en la cultura francesa o la influencia de la filosofía anglosajona en la constitución del pensamiento nórdico o la mordedura del pensamiento oriental en los usos occidentales o, qué se yo, cualquier otra cosa? ¿Qué diferencia habrá en esta interconexión respecto a otras posibles? Ciertamente hay un hecho evidente y es que François Cusset se puso a ello y de ello queda este estupendo libro para evaluar estas posibilidades. Quizá anime a otros y consiga que esta especie de filosofía comparada se extienda y se convierta en práctica frecuente, inclusive podría institucionalizarse y quizá en un futuro próximo empiecen a fundarse cátedras e institutos de investigación que reciban este nombre: filosofía comparada.

Fuera ya de la crítica impertinente de por qué hacer tal o cual cosa, o de la todavía más impertinente, por qué no hizo esto o aquello. El libro de Cusset tiene dos intereses fundamentales. El primero es consecuencia directa del objetivo del autor. En la investigación de la presencia, influencia, perturbación y consecuencias de la filosofía postestructuralista francesa en la filosofía académica americana el autor nos deja un excelente análisis de la institución universitaria americana que impresionaría a cualquier sociólogo que quisiera investigar esta cuestión. Además nos describe la secuencia histórica del desembarco francés en los Estados Unidos y su retorno al continente europeo, como seguramente no se ha realizado nunca en ningún estudio de historia de la filosofía. También nos ofrece un estudio profundo de los distintos instantes relevantes de este proceso equiparable a cualquier trabajo de filosofía de la cultura o de la ciencia que tomase como monográfico estos momentos. E incluso para quien quiera aprender más de las relaciones y de las ideas de todo este elenco de personajes filósofos franceses y americanos este libro será una referencia obligada.

Así pues hay al menos cuatro libros en uno, lo que sin duda es una extremada generosidad en los tiempos que corren, y aunque la lectura del libro no es un acto ligero, desde las primeras páginas uno es capaz de tener ordenadas estas diversas secuencias. O dicho de otra manera, que haya cuatro libros en uno no resulta ni confuso ni entorpece la comprensión ni añade dificultad a la lectura.

Esta virtud se logra en el despliegue histórico, cronológico, del desembarco francés en la universidad americana, pero también marcando claramente en la secuencia del tiempo las reacciones y contrareacciones que este desembarco tuvo en la academia estadounidense y cómo van delimitándose en el tiempo las áreas de influencia y de oposición que esta singular y vigorosa filosofía gala produjo en el singular humanismo americano. Así, tras una presentación de la prehistoria de esta contaminación singular, representada en la influencia del pensamiento estructuralista en los años sesenta, se fecha con claridad "la invención del pensamiento postestructuralista". El congreso realizado con el título de "The language of Criticism and the Sciences of Man" organizado en la Universidad Johns Hopkins en Octubre de 1966 representa el pistoletazo de salida de todo un proceso que transformará los departamentos de Literatura y de Humanidades de las principales universidades americanas. En ese congreso intervendrá el siguiente elenco: Barthes, Derrida, Lacan, René Girard, Jean Hyppolite, Lucien Goldmann, Charles Morazé, Georges Poulet. Tzvetan Todorov y Jean-Pierre Vernant. Faltarán Jakobson, Genette y Deleuze aunque envían sus textos.

A partir de este momento la contracultura hippie, beat, contestataria, pacifista de tradición marxista o al menos bajo la sombra del movimiento por los derechos civiles de los sesenta se irá transformando hacia una teoría sofisticada que se va encerando en los departamentos de Literatura y desde allí la proyectarán en mayor o menor medida a la sociedad americana y, naturalmente, la devolverán a Europa revestida de un nuevo interés y de nuevas formas de acción, de contestación y de crítica.

Porque efectivamente la primera y quizá más profunda recepción de los pensadores franceses se va a realizar en los departamentos de Literatura. En ellos surge una nueva Theory. Una Theory que ya no tienen que ver con la tradición pragmatista, ni con la theorie alemana que llevara al nuevo continente la emigración alemana tras la subida del nazismo al poder y representada fundamentalmente por los autores de la Escuela de Frankfurt, ni con la theory que se generó alrededor de la figura de Chomsky. Es una theory literaria, intransitiva, cuyo objeto de estudio es ella misma y su producción. Un theory que inicialmente abandera el cuarteto de Yale – Paul de Man, Harold Bloom, Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller- de la mano de la deconstrucción de Derrida. Si es que no habría que incluir al propio Derrida entre los autores americanos, al menos el Derrida de los setenta. Cusset enuncia el misterio Derrida:

"Hay un misterio Derrida. Más que por su obra, cuya opacidad sin embargo no puede negarse, por su canonización, primero estadounidense y luego mundial. Un pensamiento tan poco asignable, tan difícilmente transmisible como el suyo, un pensamiento que no sabríamos situar, sal­vo tal vez en algún punto entre la onto-teología negativa y la exploración poético-filosófica de lo inefable, un pensamiento, en definitiva, que se mantiene a distancia (y en todos los sentidos de la expresión), ¿cómo ha podido convertirse en el producto más rentable que haya existido jamás en el mercado de los discursos universitarios? ¿Cómo este oscuro trabajo de zapa se ha visto acaparado, compactado, digerido y servido en dosis in­dividuales en un campo literario como el estadounidense al que desde en­tonces le han crecido las alas y, no contento con embalar este exigente pensamiento en manuales de primer ciclo, lo ha transformado en un pro­grama de conquista epistemo-política sin precedentes? ¿Cómo es posible que por cada francés que ha leído un libro de Derrida, en el país de la fi­losofía en el liceo, diez estadounidenses ya lo hayan recorrido, a pesar de la pobre formación filosófica que les caracteriza? ¿Y cómo es posible, en definitiva, que esa palabra «deconstrucción», que Derrida toma de El ser y el tiempo de Heidegger (para traducir el término Destruktiori) con el fin de esbozar una teoría general del discurso filosófico, haya pasado en tan gran medida al lenguaje corriente en Estados Unidos como para encon­trarla en los eslóganes publicitarios, en los micrófonos de los periodistas de televisión o en el título de una película de éxito de Woody Alien, Deconstructing Harry (1997)?" (pág. 117)

Tras la articulación de la deconstrucción derridiana en la crítica de altos vuelos que realiza fundamentalmente de Man, pero también Bloom en una primera etapa, salta a la escena teórica una lucha inédita. Ya sea desde Derrida o ya sea desde Foucault, lo que ha quedado claro es que no hay verdad, no hay objetividad. Sólo hay dispositivos de verdad, transitorios, tácticos, políticos. Esta constatación se traduce en las universidades americanas en que la objetividad sólo es "subjetividad del varón blanco".

Así, en un país donde la principal fuente de conflictos y de preocupación tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas identidades que lo conforman, o en la demarcación y separación de las ya existentes, de la mano de los resultados de la theory y frente al sector liberal establecido en el pensamiento conservador, va a desarrollarse, una serie de guerras culturales que luchan por la afirmación de todas las identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo más diverso. Estas políticas identitarias van a servir de contenido y de activismo a un nuevo campo de estudio que desplaza la crítica literaria hacia los Estudios Culturales o como se abreviará en el país de las siglas cult' studs'. De entre todos ellos, los estudios feministas o de género van a traer a la escena a las intelectuales francesas, Julia Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse de la misma manera.

Para este entonces, el sistema ha reaccionado y empieza a apropiarse comercial y mercantilmente de la marca de los post's y ensancha el mercado con todas esas identidades recién descubiertas.

En los 80's, el poco contenido político, que todos los movimientos identitarios tenían, se va a ir desvaneciendo, para terminar en un persecución contra sus inspiradores de significativas consecuencias. Este contraataque es también un proceso complejo en donde van a participar muy diversos actores y por muy diversos motivos.

Lo primero que va a marcar la década es la vuelta al poder de los republicanos con Ronald Reagan en la presidencia. Pero dentro de la Universidad se inician dos procesos. Por parte de algunos de los mismos críticos que abrazaron el New Critics y por el movimiento conservador blanco y occidental se empieza a temer que el proceso de reivindicación de identidades diversas y la pérdida de criterios de evaluación que caracteriza la primera expansión de la posmodernidad en determinadas lecturas relativistas termine en una igualación o equiparación de los productos y valores culturales. Surge una reivindicación de un canon occidental en donde quede manifiesto que Sakespeare, Goethe o Dante no pueden estar al mismo nivel que Confucio, los cuentos africanos, la poesía India o el Corán. Por contra, las minorías señalan a los grandes autores occidentales como responsables de la difusión en las sociedades occidentales de los peores males: etnocentrismo, misoginia, colonialismo. Incluso los inspiradores de todo este vaivén de ideas terminan siendo señalados por sus preferencias. Al fin y al cabo Derrida analiza sobre todo a Platón, Rousseau o Heidegger; Kristeva homenajea a Mallarmé o Deleuze no oculta sus preferencias por Melville o Kafka.

El segundo proceso que terminará también pervirtiéndose, como casi todo en el capitalismo, tiene que ver con lo que saltará a la escena mundial con el nombre de lo Políticamente Correcto. Lo Políticamente Correcto, en la misma línea de la Theory despolitizada por falta de alternativas o por la insistencia de que toda alternativa fracasará en el empeño de la transformación, pretende depurar el lenguaje y las maneras de relación de la carga discriminatoria y peyorativa que tienen los signos que refieren a las relaciones humanas y de poder. En la Universidad americana completamente desconectada de la sociedad y sin una influencia precisa en ella, se limita la reivindicación al plano léxico y simbólico. En muchos casos todo el movimiento termina pareciendo ridículo, pero, sin embargo, va penetrando en los discursos oficiales, en la gestión de compensaciones y en un ejercicio de paliar injusticias históricas mediante los procesos de discriminación positiva. Es en la ejecución de lo que parecen estas buenas ideas donde la guerra va a trasladarse, de la mano de los periodistas fundamentalmente, al seno de la sociedad y a explotar la contraofensiva ideológica que hará tambalear el prestigio y la influencia francesa en los campus. Cuando comienzan a aparecer las injusticias manifiestas en los ámbitos laborales universitarios es cuando se va a ejecutar toda una estrategia para desprestigiar y derrocar los centros ideológicos con influencia francesa de las universidades. Los trapos sucios afloran en los medios generalistas: Paul de Man y su pasado antisemita, la indecencia de las fotografías de Robert Mappertholpe, el elitismo y la inmoralidad que muestran los medios de comunicación pública, en fin, la influencia barbara que adoctrina a los hijos de América que sólo leen a lesbianas negras y escuchan rock satánico. Todos terminan siendo, desde la contraofensiva conservadora y patriota que impera en la era Reagan de los intelectuales neoconservadores alejados de las esferas del poder académico, "enemigos de la Democracia". En gran medida todo este planteamiento antiintelectual tenía el firme propósito de expulsar a los "radicales" de las universidades y, sobre todo, justificar el importante recorte en el gasto público hacia la Universidad. A la vez había que difundir los valores de la América eterna y se inicia desde la Administración todo un proceso de financiación de elites y de justificación del liberalismo mercantilista que se quería imponer. En este contraofensiva quizá el texto de mayores consecuencias haya sido "El fin de la Historia" de Fukuyama y la obra y la influencia de Leo Strauss.

Es cierto que la victoria de esta contraofensiva conservadora no hubiera sido tan fácil si la izquierda no hubiera despojado de contenido político a su pensamiento. Es cierto que la acción política no es algo que se sigue demasiado bien del pensamiento de Foucault o de Derrida o de Deleuze o de Lyotrad. El proceso que siguió en Estados Unidos, y diría que en todo el mundo occidental, a la irrupción del pensamiento francés ha consistido en un abandono cada vez más manifiesto de la acción política. La izquierda se ha segmentado en una diversidad de izquierdas donde el enemigo se ha confundido y donde entrar a dividir cualquier causa común ha sido lo más sencillo para una derecha que se cobija en valores firmes y eternos y que se apoya en una gestión del capital que le permite manejar las instituciones universitarias y científicas. En la era de lo post, la izquierda se ha convertido en una izquierda postpolítica donde cuenta más el reconocimiento casi corporativo de cada grupo que la lucha social y más los signos de afiliación que el combate político. Como dice Cusset, es difícil que "un debate sobre el falogocentrismo de las ciencias o sobre el uso de la mayúscula no podría constituirse en respuesta política al nuevo dogma conservador" (pág.199).

Llegados a este punto y para terminar la segunda parte del libro, Cusset, en un ejercicio de estilo muy interesante, depone el análisis profundo de los intereses políticos y de las complejas relaciones entre los diversos agentes sociales, para mostrarnos desde otra perspectiva los agentes internos del proceso académico: profesores y estudiantes; y las consecuencias de la llegada del pensamiento postestructuralista en áreas culturales como puede ser el arte y las prácticas artísticas y en la cibercultura emergente a partir de los años noventa.

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En este cambio de registro Cusset selecciona a seis "estrellas del campus" que a su juicio representan la mejor digestión del postestructuralismo francés y a la vez la autoridad intelectual del campus americano: Judith Butler, Gayatri Spivak, Stanley Fish, Edward Said, Richard Rorty y Fredric Jameson. En unas pocas páginas para cada uno de ellos y ellas nos ofrece un perfil de su pensamiento teórico sumamente rentable para el lector. El cambio de perspectiva y de estilo nos muestra una vez más lo elaborado del texto y la densidad de análisis que despliega. Esta nueva mirada que ahora habría de calificar como filosofía de la filosofía resulta bastante inédita, pero muy productiva. Vemos a Cusset empleando los métodos y el tipo de análisis que los filosofos de... emplean en los distintos campos de la experiencia humana sobre la que dirigen sus miradas por encima de las cosas, pero ahora al volcarlos sobre ellos mismos nos desvela esos procesos por los que los textos se escriben, se difunden, se descontextualizan y se sirven en las más variadas bandejas que van a alimentar a los más variados comensales. Es esta filosofía de la filosofía, de la que ya había dado muestras sumamente interesantes cuando comenta el caso Sokal, en la introducción o cuando en apenas un par de páginas (pongan atención a las páginas que van de la 97 a la 103) desentraña los procesos de creación teórica, los mecanismos de la traducción, el trabajo y consecuencia de la cita y la consecuente invención de una teoría de la que en las siguientes páginas el propio Cusset desentraña filosófica, sociológica, política y culturalmente, la que mantiene coherente todos los registros de análisis que el autor despliega.

Por el mismo precio –que por cierto, para la cuidadosa edición que ha hecho la joven editorial Melusina ya es una ganga- encontramos entonces otro libro que, al menos para mi, ha resultado mucho más interesante, esclarecedor y gratificante, que todos los demás que mencionábamos anteriormente. Un libro que se teje entre líneas y que permite a esta obra escapar del localismo y de la temporalidad de la que sospechaba líneas arriba y que generaliza una metodología de análisis de la difusión, influencia, perturbación y trascendencia del trabajo intelectual de la que fácilmente se podría elaborar una teoría de corte evolucionista de la difusión de ideas y del establecimiento de creencias. Tengo la impresión de que esto no es un resultado casual y la presencia de la palabra 'mutaciones' en el subtítulo de la obra es un dato en este sentido. En el entramado del profuso y concienzudo trabajo que el libro ha exigido, se deja entrever un método generalizable y una mezcla de géneros e intenciones que resulta muy fructífera no sólo para el tema que es el objeto de estudio del volumen, sino para cualquier metateórico que desee desentrañar los misterios de los procesos de creación, difusión, manipulación y olvido de las ideas. Esos Memes que puso en la escena Dennett y que uno nunca puede prever su destino. Este otro libro que se muestra queda tan encajado en los que se dice que -continuando con el resumen- en el momento que concede Cusset al análisis de cómo los estudiantes absorben la teoría de altos vuelos en sus carreras, empezamos a comprender muchos de los fenómenos singulares que ocurren en este mundo del tardocapitalismo. Efectivamente un estudiante en el proceso de formación de los mecanismos de la argumentación, de la reflexión y de la crítica de la teoría, integra a ésta en los episodios vivenciales que cualquier joven quiere destacar en una biografía que sabe que pronto se va a volver monótona, impersonal y obligada a una supervivencia nada fácil en un mundo de incesante competencia y de poca creatividad. Los estudiantes van a hacer habitables las teorías que estudian del mejor modo que puedan recordar después y por eso muchas de las experiencias y actividades que realizan en los campus resultan a la par que creativas, divertidas, epatantes o productivas, burdas lecturas, descontextualizaciones inadmisibles o sencillamente incomprensiones profundas.

Para cualquier que haya caminado en la docencia universitaria, la lectura de estas páginas (225-236) le permite comprender las barbaridades que escucha a sus alumnos, y, lo que es mejor, el buen partido que sacan algunos de ellos, que terminarán haciendo teoría en la academia, de la imaginación vivencial que imponen a las lecturas de los grandes teóricos.

Este misma necesidad de integrar vivencialmente lo que se puede relacionar de la teoría con las vidas particulares es la nota característica de la influencia de la filosofía francesa en las prácticas artísticas y en las comunidades de cibernautas. A partir de los años 50, el arte experimenta, y fundamentalmente esto ocurre en América, una explosión de prácticas diversificadas en donde teoría y práxis se van diluyendo en un arte que contiene su propio discurso legitimador. Desde el expresionismo abstracto hasta el arte de la instalación y el uso de las nuevas tecnologías, en muy poco tiempo las tendencias se van sucediendo a partir de reflexiones teóricas y estéticas en donde la filosofía francesa se revela más valiosa que el pensamiento marxista o romántico anterior. El arte minimal, el conceptual, el happening, el arte pop incluso el Land Art van a tomar como biblia la obra de Braudillard. Según afirma un galerista "en dos años todo el mundo había leído Simulations"

En esta relación entre artistas y pensadores se producirán interacciones en ambos sentidos. Así algunos artistas como Mark Tansey van a colocar en sus obras los personajes de Derrida o Paul de Man, Rainer Ganahl crea un complejo cuadro con el índice de la obra de Deleuze, Masoquismo. Un video de Diana Thater es calificado como la expresión plástica de la Lógica del Sentido de Deleuze. Y por parte de la reflexión francesa es más que bien conocido el interés estético de Baudrillard, Foucault, Virilo, Lyotard y desde luego Deleuze.

En el campo de la arquitectura la relación resultó ser casi inevitable. Virilo cofunda el colectivo Architecture Principie en 1963, Baudrillard dialoga con Beauborg o con Nouvel. En América tras la caída del modernismo cristaliza un práctica teórica de la arquitectura que señala como mentor teórico, además de los citados, fundamentalmente a Derrida. Los representantes de este nuevo teorismo arquitectural son Peter Eisenman, Bernard Tschumi. Antony Vidler y Mark Wigley, entre otros.

Pero no solamente encontramos huellas (el término derridiano parece aquí conveniente) del pensamiento postestructuralista en el arte –digamos- más culto o de más honda tradición, también en determinados DJ's intelectualizados de la música Hip-Hop, en portales de Internet que se amparan en la teoría rizomática deleuziana para exponer determinadas políticas de organización, gestión y uso de la red, en hacker activistas de los primeros años 90's, y en una presencia de los autores franceses en sitios de todo tipo sin parangón con otras corrientes de pensamiento u otros movimientos artísticos o culturales intelectualizados.

La tercera parte del libro la destina Cusset a evaluar, tras la exposición realizada en las partes previas, la verdadera influencia y la presencia aún de la teoría francesa en los Estados Unidos, en el resto del mundo y en el retorno que estos autores han tenido en su Francia natal. Tras las idas y venidas, los ataques y contraataques, la crítica y la anticrítica, muchos autores estiman que todo este proceso no ha sido más que una moda dentro del mercado de las ideas de la que hoy no quedan sino formas –naturalmente- pasadas de moda, pero sin calado ni profundidad. Contra esto, Cusset estima que, en la medida en que la teoría ha tenido y sigue teniendo un proceso de lectura, de discusión, de crítica incluso, no puede ser solamente un efecto pasajero de una teoría que renovó los léxicos filosóficos, las estrategias de análisis y las formas de acción. Incluso en su muerte anunciada se prueba que el postestructuralismo francés ha sido una corriente profunda y novedosa de la que la historia tendrá que ocuparse. "Pues la teoría francesa encarna también, en la universidad y más allá, la esperanza de que el discurso vuelva a dar vida a la vida, que dé acceso a una fuerza vital intacta, aparentemente ignorada por la lógica mercantilista y el cinismo del ambiente." (pág. 333). Para argumentar esta valoración, Cusset particulariza la herencia que los pensadores franceses legan en el pensamiento americano y en el del resto del mundo (Italia, Alemania, Brasil, México, India, Japón, Las Antillas, Haití, Argentina) catalogando todas las influencias significativas y reconocidas. Y a la vez recogiendo las que influyeron en los pensadores franceses, es decir y cómo no, las fuentes alemanas.

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Finalmente, por supuesto, evalúa la presencia contemporánea de estos pensadores en la Francia contemporánea. Una Francia que se ha empeñado en borrar sus huellas y en acallar sus pensamientos, sin –según Cusset- conseguirlo del todo. Al fin y al cabo, aunque en esto Francia quizá sea quien mejor se protege de influencias externas, mientras estos pensadores sigan siendo centro de referencia en el mundo globalizado difícilmente podrán silenciarse con un pensamiento reformista y conservador.

En definitiva Frech Theory es un libro exhaustivo del que se aprenden muchas cosas, aunque quizá ninguna fuera desconocida por completo, pero sobre todo se aprende de él un modo de investigar y presentar los resultados de esta investigación que sí resulta novedoso. Una filosofía de la filosofía que emerge de una diversidad de estrictos análisis históricos, sociológicos, políticos, artísticos y culturales. Una práxis de la filosofía que ejemplifica muy bien los tiempos en los que vivimos, de los que esta pléyade de pensadores franceses tienen su buena parte de culpa y de acierto.

Independientemente de todo esto, el libro proyecta una imagen de un pensamiento vivo que se extiende central o marginalmente a una Universidad que, a pesar de su desvinculación social y política tradicional, crea novedad. No de todas estas instituciones puede decirse lo mismo. Y aunque uno tiene presente en mayor o menor medida lo que ha pasado en España, por ejemplo, en la recepción del pensamiento postestructuralista, al terminar la lectura de esta obra de Cusset, uno desearía estar inmerso en alguna de las guerras culturales que en este país ni existen ni posiblemente lleguen a existir.

Filosofía Francesa Adolfo Vásquez Rocca French Theory

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Adolfo Vásquez Rocca

Mauricio Salgado, François Cusset, French Theory, Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, 2007

Juan A. Fernández Leost, El legado post-estructuralista en el discurso político contemporáneo, 2006

April 6, 2008, 7:19 pmFrench Theory in America Stanley Fisch*

It was in sometime in the ’80s when I heard someone on the radio talking about Clint Eastwood’s 1980 movie “Bronco Billy.” It is, he said, a “nice little film in which Eastwood deconstructs his ‘Dirty Harry’ image.”

That was probably not the first time the verb “deconstruct” was used casually to describe a piece of pop culture, but it was the first time I had encountered it, and I remember thinking that the age of theory was surely over now that one of its key terms had been appropriated, domesticated and commodified. It had also been used with some precision. What the radio critic meant was that the flinty masculine realism of the “Dirty Harry” movies — it’s a hard world and it takes a hard man to deal with its evils — is affectionately parodied in the story of a former New Jersey shoe salesman who dresses and talks like a tough cowboy, but is the good-hearted proprietor of a traveling Wild West show aimed at little children. It’s all an act, a confected fable, but so is Dirty Harry; so is everything. If deconstruction was something that an American male icon performed, there was no reason to fear it; truth, reason and the American way were safe.

It turned out, of course, that my conclusion was hasty and premature, for it was in the early ’90s that the culture wars went into high gear and the chief target of the neo-conservative side was this theory that I thought had run its course. It became clear that it had a second life, or a second run, as the villain of a cultural melodrama produced and starred in by Allan Bloom, Dinesh D’Souza, Roger Kimball and other denizens of the right, even as its influence was declining in the academic precincts this crew relentlessly attacked.

It’s a great story, full of twists and turns, and now it has been told in extraordinary detail in a book to be published next month: “French Theory: How Foucault, Derrida, Deleuze, & Co. Transformed the Intellectual Life of the United States” (University of Minnesota Press).

The book’s author is Francois Cusset, who sets himself the tasks of explaining, first, what all the fuss was about, second, why the specter of French theory made strong men tremble, and third, why there was never really anything to worry about.

Certainly mainstream or centrist intellectuals thought there was a lot to worry about. They agreed with Alan Sokal and Jean Bricmont, who complained that the ideas coming out of France amounted to a “rejection of the rationalist tradition of the Enlightenment” even to the point of regarding “science as nothing more than a ‘narration’ or a ‘myth’ or a social construction among many others.”

This is not quite right; what was involved was less the rejection of the rationalist tradition than an interrogation of its key components: an independent, free-standing, knowing subject, the “I” facing an independent, free-standing world. The problem was how to get the “I” and the world together, how to bridge the gap that separated them ever since the older picture of a universe everywhere filled with the meanings God originates and guarantees had ceased to be compelling to many.

The solution to the problem in the rationalist tradition was to extend man’s reasoning powers in order to produce finer and finer descriptions of the natural world, descriptions whose precision could be enhanced by technological innovations (telescopes, microscopes, atom smashers, computers) that were themselves extensions of man’s rational capacities. The vision was one of a steady progress with the final result to be a complete and accurate — down to the last detail — account of natural processes. Francis Bacon, often thought of as the originator of the project , believed in the early 17th century that it could be done in six generations.

It was Bacon who saw early on that the danger to the project was located in its middle term — the descriptions and experiments that were to be a window on the reality they were trying to capture. The trouble, Bacon explained, is that everything, even the framing of experiments, begins with language, with words; and words have a fatal tendency to substitute themselves for the facts they are supposed merely to report or reflect. While men “believe that their reason governs words,” in fact “words react on the understanding”; that is, they shape rather than serve rationality. Even precise definitions, Bacon lamented, don’t help because “the definitions themselves consist of words, and those words beget others” and as the sequence of hypotheses and calculations extends itself, the investigator is carried not closer to but ever further way from the independent object he had set out to apprehend.

In Bacon’s mind the danger of words going off on their own unconstrained-by-the-world way was but one example of the deficiencies we have inherited from the sin of Adam and Eve. In men’s love of their own words (and therefore of themselves), he saw the effects “of that venom which the serpent infused…and which makes the mind of man to swell.” As an antidote he proposed his famous method of induction which mandates very slow, small, experimental steps; no proposition is to be accepted until it has survived the test of negative examples brought in to invalidate it.

In this way, Bacon hopes, the “entire work of the understanding” will be “commenced afresh” and with better prospects of success because the mind will be “not left to take its own course, but guided at every step, and the business done as if by machinery.” The mind will be protected from its own inclination to err and “swell,” and the tools the mind inevitably employs, the tools of representation — words, propositions, predications, measures, symbols (including the symbols of mathematics) — will be reined in and made serviceable to and subservient to a prior realm of unmediated fact.

To this hope, French theory (and much thought that precedes it) says “forget about it”; not because no methodological cautions could be sufficient to the task, but because the distinctions that define the task — the “I,” the world, and the forms of description or signification that will be used to join them — are not independent of one another in a way that would make the task conceivable, never mind doable.

Instead (and this is the killer), both the “I” or the knower, and the world that is to be known, are themselves not themselves, but the unstable products of mediation, of the very discursive, linguistic forms that in the rationalist tradition are regarded as merely secondary and instrumental. The “I” or subject, rather than being the free-standing originator and master of its own thoughts and perceptions, is a space traversed and constituted — given a transitory, ever-shifting shape — by ideas, vocabularies, schemes, models, distinctions that precede it, fill it and give it (textual) being.

The Cartesian trick of starting from the beginning and thinking things down to the ground can’t be managed because the engine of thought, consciousness itself, is inscribed (written) by discursive forms which “it” (in quotation marks because consciousness absent inscription is empty and therefore non-existent) did not originate and cannot step to the side of no matter how minimalist it goes. In short (and this is the kind of formulation that drives the enemies of French theory crazy), what we think with thinks us.

It also thinks the world. This is not say that the world apart from the devices of human conception and perception doesn’t exist “out there”; just that what we know of that world follows from what we can say about it rather than from any unmediated encounter with it in and of itself. This is what Thomas Kuhn meant in The Structure of Scientific Revolutions when he said that after a paradigm shift — after one scientific vocabulary, with its attendant experimental and evidentiary apparatus, has replaced another — scientists are living in a different world; which again is not to say (what it would be silly to say) that the world has been altered by our descriptions of it; just that only through our descriptive machineries do we have access to something called the world.

This may sound impossibly counterintuitive and annoyingly new-fangled, but it is nothing more or less than what Thomas Hobbes said 300 years before deconstruction was a thought in the mind of Derrida or Heidegger: “True and false are attributes of speech, not of things.” That is, judgments of truth or falsehood are made relative to the forms of predication that have been established in public/institutional discourse. When we pronounce a judgment — this is true or that is false — the authorization for that judgment comes from those forms (Hobbes calls them “settled significations”) and not from the world speaking for itself. We know, Hobbes continues, not “absolutely” but “conditionally”; our knowledge issues not from the “consequence of one thing to another” but from the consequence of one name to another.

Three centuries later, Richard Rorty made exactly the same point when he declared, “where there are no sentences, there is no truth … the world is out there, but descriptions of the world are not.” Descriptions of the world are made by us, and we, in turn, are made by the categories of description that are the content of our perception. These are not categories we choose — were they not already installed there would be nothing that could do the choosing; it would make more sense (but not perfect sense ) to say that they have chosen or colonized us. Both the “I” and the world it would know are functions of language. Or in Derrida’s famous and often vilified words: There is nothing outside the text. (More accurately, there is no outside-the-text.)

Obviously the rationalist Enlightenment agenda does not survive this deconstructive analysis intact, which doesn’t mean that it must be discarded (the claim to be able to discard it from a position superior to it merely replicates it) or that it doesn’t yield results (I am writing on one of them); only that the progressive program it is thought to underwrite and implement — the program of drawing closer and closer to a truth independent of our discursive practices, a truth that, if we are slow and patient in the Baconian manner, will reveal itself and come out from behind the representational curtain — is not, according to this way of thinking, realizable.

That’s a loss, but it’s not a loss of anything in particular. It doesn’t take anything away from us. We can still do all the things we have always done; we can still say that some things are true and others false, and believe it; we can still use words like better and worse and offer justifications for doing so. All we lose (if we have been persuaded by the deconstructive critique, that is) is a certain rationalist faith that there will someday be a final word, a last description that takes the accurate measure of everything. All that will have happened is that one account of what we know and how we know it — one epistemology — has been replaced by another, which means only that in the unlikely event you are asked “What’s your epistemology?” you’ll give a different answer than you would have given before. The world, and you, will go on pretty much in the same old way.

This is not the conclusion that would be reached either by French theory’s detractors or by those American academics who embraced it. For both what was important about French theory in America was its political implications, and one of Cusset’s main contentions — and here I completely agree with him — is that it doesn’t have any. When a deconstructive analysis interrogates an apparent unity — a poem, a manifesto, a sermon, a procedure, an agenda — and discovers, as it always will, that its surface coherence is achieved by the suppression of questions it must not ask if it is to maintain the fiction of its self-identity, the result is not the discovery of an anomaly, of a deviance from a norm that can be banished or corrected; for no structure built by man (which means no structure) could be otherwise.

If “presences” — perspicuous and freestanding entities — are made by discursive forms that are inevitably angled and partial, the announcement that any one of them rests on exclusions it (necessarily) occludes cannot be the announcement of lack or error. No normative conclusion — this is bad, this must be overthrown — can legitimately be drawn from the fact that something is discovered to be socially constructed; for by the logic of deconstructive thought everything is; which doesn’t mean that a social construction cannot be criticized, only that it cannot be criticized for being one.

Criticizing something because it is socially constructed (and thus making the political turn) is what Judith Butler and Joan Scott are in danger of doing when they explain that deconstruction “is not strictly speaking a position, but rather a critical interrogation of the exclusionary operations by which ‘positions’ are established.” But those “exclusionary operations” could be held culpable only if they were out of the ordinary, if waiting around the next corner of analysis was a position that was genuinely inclusive. Deconstruction tells us (we don’t have to believe it) that there is no such position. Deconstruction’s technique of always going deeper has no natural stopping place, leads to no truth or falsehood that could then become the basis of a program of reform. Only by arresting the questioning and freeze-framing what Derrida called the endless play of signifiers can one make deconstruction into a political engine, at which point it is no longer deconstruction, but just another position awaiting deconstruction.

Cusset drives the lesson home: “Deconstruction thus contains within itself…an endless metatheoretical regression that can no longer be brought to a stop by any practical decision or effective political engagement. In order to use it as a basis for subversion…the American solution was..to divert it…to split it off from itself.” American academics “forced deconstruction against itself to produce a political ’supplement’ and in so doing substituted for “Derrida’s patient philological deconstruction” a “bellicose drama.”

That drama features deconstruction either as a positive weapon or as an object of attack, but the springs of the drama are elsewhere (in the ordinary, not theoretical, world of economic/social interest) because deconstruction neither mandates nor authorizes any course of action. Participants in the drama invoke deconstruction as a justification for reform or as the cause of evil; but the relationship between what is either celebrated or deplored will be rhetorical, not logical. That is, deconstruction cannot possibly be made either the generator of a politics you like or the cause of a politics you abhor. It just can’t be done without betraying it.

But, Cusset observes, “Americans do not take kindly to things being impossible,” and even though the “very logic of French theoretical texts prohibits certain uses of them,” they have not refrained from “taking a criticism of all methods of putting texts to work and trying to put them to work.” The result is the story Cusset tells about the past 40 years. A bunch of people threatening all kinds of subversion by means that couldn’t possibly produce it, and a bunch on the other side taking them at their word and waging cultural war. Not comedy, not tragedy, more like farce, but farce with consequences. Careers made and ruined, departments torn apart, writing programs turned into sensitivity seminars, political witch hunts, public opprobrium, ignorant media attacks, the whole ball of wax. Read it and laugh or read it and weep. I can hardly wait for the movie.

* Stanley Fish is the Davidson-Kahn Distinguished University Professor and a professor of law at Florida International University, in Miami, and dean emeritus of the College of Liberal Arts and Sciences at the University of Illinois at Chicago. He has also taught at the University of California at Berkeley, Johns Hopkins and Duke University. He is the author of 10 books. His new book on higher education, "Save the World On Your Own Time," will be published in 2008.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca

Adolfo Vásquez Rocca

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor de la Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto Escuela de Psicología y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de 'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. Asesor Consultivo de Enfocarte –Revista de Arte y Literatura– Asturias, España. Miembro del Consejo Editorial Internacional de 'Reflexiones Marginales' –Revista de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM– Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008. Invitado especial a la International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de 'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador– . Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Director Académico Carrera de Filosofía y Teología, Universidad Cristiana de Chile UCCH – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.

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PENSAMIENTO FRANCÉS CONTEMPORÁNEOFILOSOFIA FRANCESA CONTEMPORÁNEA

FILOSOFIA FRANCESA POST-ESTRUCTURALISTA Por Adolfo Vásquez Rocca

Adolfo Vásquez Rocca

FILOSOFIA FRANCESA CONTEMPORÁNEA - FRENCH THEORY POST-ESTRUCTURALISMO POR ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA PH.D

Vásquez Rocca, Adolfo, "W. Burroughs; La metáfora viral y sus mutaciones antropológicas" En Almiar MARGEN CERO, Revista Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA - Nº 46 - 2009.http://www.margencero.com/articulos/new03/burroughs.html

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk y Heidegger. La recepción filosófica. Recensión y estudio crítico", En UNIVERSITAS © Revista de Filosofía, Derecho y Política, Nº 10, 2009, pp. 151-159. Universidad Carlos III de Madrid.http://universitas.idhbc.es/n10/10-08.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk, Habermas y Heidegger; Humanismo, posthumanismo y debate en torno al Parque Humano", En EIKASIA, Revista de Filosofía, Nº 26 - 2009, ISSN 1885-5679 - Oviedo, España, pp. 1-22 http://www.revistadefilosofia.com/26-01.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, “Sloterdijk y el imaginario de la Globalización; mundo sincrónico y conciertos de transferencia”, En AISTHESIS, Nº 45, 2009, pp. 167 – 180, Instituto de Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile. http://www.uc.cl/estetica/html/revista/indice_rev.html

Vásquez Rocca, Adolfo, "Raúl Ruiz o el cine como antigua costumbre mafiosa" En en AdVersuS: Revista de Semiótica, Año VI, Nº 14-15, abril-agosto 2009, INSTITUTO ÍTALO-ARGENTINO DI RICERCA SOCIALE, http://www.adversus.org/indice/nro14-15/notas/14VI1415.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Las críticas de Habermas a Foucault y Sloterdijk: en torno al discurso filosófico de la modernidad y la teoría consensual", En SÍNCRONÍA, ISSN 1562-384X, Edición | Verano 2009 | , A Journal for the Humanities and Social Sciences, Department of Literature, UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA, México. http://sincronia.cucsh.udg.mx/vasquezsummer09.htm

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk: ¿A dónde van los monjes?. Sobre la huída del mundo desde la perspectiva antropológica", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 21 | Enero-Junio.2009 (I) pp. 407-418http://www.ucm.es/info/nomadas/21/avrocca3.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Heidegger y Sloterdijk: La política como plástica del ser, nacionalsocialismo privado y crítica del imaginario filoagrario" En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 21 | Enero-Junio.2009 (I) pp. 381-393. http://www.ucm.es/info/nomadas/21/avrocca.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Heidegger y Peter Sloterdijk y Walter Benjamin: "Air Conditioning" en el Mundo interior del Capital", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 22 | Enero-Junio.2009 (II) pp. 275-285http://www.ucm.es/info/nomadas/22/avrocca.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk y Heidegger: Humanismo, deshumanización y posthumanismo en el Parque Humano", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 23 | Julio-Diciembre.2009 (I) pp. 303-317http://www.ucm.es/info/nomadas/23/avrocca2.pdf
Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk, Agamben y Nietzsche: Biopolítica, posthumanismo y Biopoder" En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 23 | Julio-Diciembre.2009 (I) pp. 291-302http://www.ucm.es/info/nomadas/23/avrocca.pdf
Vásquez Rocca, Adolfo, La Posmodernidad; a 30 años de "La condición postmoderna" de Lyotard. En Escáner Cultural, Revista de Arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 120 - Octubre 2009.

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk: modelos de comunicación oculto-arcaicos y moderno-ilustrados; para una época de ángeles vacíos" En KONVERGENCIAS, Filosofía y Culturas en Diálogo ©, Nº 21, 2009, pp.321-344, ADEFYC Asociación de Estudios Filosóficos y Culturales, Buenos Aires.
Vásquez Rocca, Adolfo, "Lucian Freud; tras los pliegues de la carne, una aproximación al retrato psicológico", En Almiar MARGEN CERO, Revista Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA - Nº 47 - 2009. http://www.margencero.com/articulos/new03/lucian_freud.html

Vásquez Rocca, Adolfo, "Las críticas de Habermas a Foucacult y Sloterdijk. En torno al discurso filosófico de la modernidad y la teoría consensual". En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 24 | Julio-Diciembre.2009 (II) pp. 291-299 http://www.ucm.es/info/nomadas/24/avrocca.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, "Sloterdijk y el imaginario de la Globalización. Mundo sincrónico y conciertos de transferencia", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, Nº 24 | Julio-Diciembre.2009 (II) pp. 301-312http://www.ucm.es/info/nomadas/24/avrocca2.pdf

Vásquez Rocca, Adolfo, “Peter Sloterdijk: Tremores de ar, atmoterrorismo e crepúsculo da imunidade”, En SABERES, Revista Interdisciplinar de Filosofia e Educação, Universidade Federal do Rio Grande do Norte (UFRN), Brasil, Vol.. 2, Nº .3, dezembro 2009, http://www.cchla.ufrn.br/saberes/Numero3/Artigos/Adolfo%20Vasquez%20Rocca_p.5-17.pdf

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2010

Vásquez Rocca, Adolfo, “Nietzsche y Sloterdijk; depauperación del nihilismo, posthumanismo y complejidad extrahumana”, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, NÓMADAS. 25 | Enero-Junio.2010 (I), pp. 439-451. http://www.ucm.es/info/nomadas/25/avrocca.pdf
Vásquez Rocca, Adolfo, "La posmodernidad; a 30 años de la condición postmoderna de Lyotard", En Almiar MARGEN CERO, Revista Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA - Nº 51 - 2010. http://www.margencero.com/articulos/new03/lyotard.html
Vásquez Rocca, Adolfo, “La Posmodernidad; nuevo 'régimen de verdad', violencia metafísica y fin de los metarrelatos", En Escáner Cultural, Revista de Arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 127 - junio 2010
Vásquez Rocca, Adolfo, "Alfred Jarry; Patafísica, virtualidad y heterodoxia", En ARQCHILE.CL ©, Portal Latinoamericano de Arquitectura, ISSN 0718-431X, Concepción, ISSN 0718-431X, junio - julio 2010, http://www.arqchile.cl/publicacion_jarry.htm
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Así, en un país donde la principal fuente de conflictos y de preocupación tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas identidades que lo conforman, o en la demarcación y separación de las ya existentes, de la mano de los resultados de la theory y frente al sector liberal establecido en el pensamiento conservador, va a desarrollarse, una serie de guerras culturales que luchan por la afirmación de todas las identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo más diverso. Estas políticas identitarias van a servir de contenido y de activismo a un nuevo campo de estudio que desplaza la crítica literaria hacia los Estudios Culturales o como se abreviará en el país de las siglas cult’ studs’. De entre todos ellos, los estudios feministas o de género van a traer a la escena a las intelectuales francesas, Julia Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse de la misma manera.

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