Adolfo Vásquez Rocca
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TESIS DOCTORAL
EL GIRO ESTÉTICO DE LA
EPISTEMOLOGÍA
NUEVAS RETÓRICAS DE LA POSTMODERNIDAD.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
Adolfo Vásquez Rocca
PRÓLOGO
Estos textos, que conforman mi tesis doctoral, se han escrito como sigue. Mi investigación comenzó inadvertidamente cuando, como profesor de Teoría del Conocimiento para el programa del Bachillerato Internacional, debía dirigir ensayos de epistemología, lógica y estética, con un claro énfasis interdisciplinario, según las exigencias de dicho sistema de estudios; y, por otra parte, iniciaba mi actividad como artista plástico, que entonces –por el natural pudor– me limitaba a definir como experiencias sintácticas, instalándome en el terreno menos sospechoso del arte conceptual, dando con ello a mi incipiente producción el carácter de laboratorio de problemas: un campo de proyección conceptual. Desde entonces exploro las diversas formas de cruce entre imagen y estructura discursiva.
Durante ese tiempo mi trabajo docente se vio amenazado con devenir un híbrido difícil de clasificar y exfoliar en un departamento académico específico. Durante este período reuní toda una serie de notas, lecturas y apuntes personales todavía inconexos, algunos retazos de ensayos e investigaciones del B.I. que, aun cuando su destino era por entonces incierto –más aún cuando ellos debían cada tanto convertirse en un trabajos y tesis de Teoría del Conocimiento– advertía, pese a todo, que algunas ideas comenzaban a fijarse con mayor nitidez.
Así, en las investigaciones de mis estudiantes se dejaba entrever el cada vez más claro perfil de los problemas estéticos que me preocupaban.
De cualquier modo, el hecho es que al cabo de un par de años reuní un conjunto de escritos sobre arte y epistemología, los que hasta entonces había operado siempre como pretextos, cumpliendo una función distractiva, de fachada para mi condición de doble agente al interior del sistema educativo británico.
Posteriormente esbocé una síntesis de todo mi trabajo, de donde surgió un folleto de no más de cinco hojas que contenía el proyecto de una exposición de arte conceptual (que vería la luz años más tarde) y el plan de una conferencia; con él me dirigí a la oficina del Decano de la Facultad de Filosofía y Educación, de quien había sido ayudante de cátedra durante mis estudios de licenciatura, con el propósito de presentarle este proyecto de investigación interdisciplinaria, el que constituía un anclaje biográfico de los procesos eclécticos que mantenían mi quehacer y, con ello, mi identidad a la deriva.
Es necesario decir, que quien en ese momento era el Decano de aquella Facultad es hoy el profesor guía de esta tesis. El profesor Hugo Renato Ochoa fue pues quien me alentó a emprender y a desarrollar mis estudios doctorales, desafío que me condujo a las aulas de la Universidad Complutense de Madrid, más precisamente al departamento de Filosofía IV de Teoría del Conocimiento e Historia del Pensamiento, teniendo como área adscrita estética.
Allí bajo la dirección del profesor Jacobo Muñoz Veiga y José Luís Pardo, profundicé mis investigaciones sobre filosofía contemporánea, sobre la naturaleza de los problemas que la postmodernidad planteaba a la filosofía: el riesgo de su disolución en un género literario o artístico, así como el de la epistemología en convertirse en un residuo –derivado- sociológico e historicista. Problemas todos referidos a la deconstrucción de procedimientos narrativos, y la articulación de nuevas retóricas, atravesadas por procesos de hibridación, entendiendo, claro esta, por retórica una ciencia del estilo, un particular tipo de racionalidad, una especie de sensibilidad de la diseminación.
De modo, que tuve en suerte asistir al tránsito difuso hacia una nueva época, al quiebre de paradigmas en todos los dominios discursivos. De allí la necesidad de indagar el nuevo estatus de la Filosofía, sus últimos reductos posibles, entre ellos la Estética, entendida como arquitectura del pensamiento. Aquello no me parecía tan ajeno, ya que parte fundamental de mi formación académica ha tenido lugar bajo el influjo de las investigaciones del profesor Mirko Skarica acerca del giro lingüístico de la filosofía. No pudiendo omitirse el hecho, no menor, de que realice mi tesis de Licenciatura bajo la dirección del Prof. Skarica, con una investigación sobre Wittgenstein y la naturaleza del lenguaje. Cuestiones que hoy siguen teniendo una importante resonancia en esta, mi tesis doctoral.
En ella intento hacer comprensivo el modo de operar de lo que se ha dado en llamar la razón estética y el particular modo de espisteme a ella adherido; una racionalidad que en rigor no es tal, no al menos en el sentido clásico; ella, la razón estética como principio operativo, consiste en un conjunto de delicados procedimientos deconstructivos, Aquí no se da cuenta de ideas fijas o totalizadoras, sino más bien de ideas que, proliferando en diálogos, apenas despuntan, atraen otras voces que las modifican. Este es el cometido de la razón estética, la de vigilar que la red nunca deje de tejerse sin importar que en los viajes de esta trama el autor se haya diluido y nos encontremos una vez más instalado en el diálogo inmemorial de la filosofía donde la sabiduría se busca a sí misma.
Adolfo Vásquez Rocca
Este trabajo intenta ser un cruce de lugares, una exploración topológica, un ejercicio acerca de los lugares o la falta de ellos. Lo que resulta ser una cuestión acerca de los espacios y el desplazamiento de los objetos que ha producido la racionalidad postmoderna. Si se trata de dar al lector algunas pistas del lugar adonde me dirijo, cabe advertir que éste no es precisamente un lugar, pues lo que hay es un deliberado intento de marchar sobre el mismo punto en un ejercicio autorrecursivo, donde los textos proliferan en todas direcciones, y producen extrañas, y espero, interesantes relaciones. Hay en esto un intento de dar cuenta del modo sincrético y del carácter asistemático con que la postmodernidad ha emplazado sus discursos deconstructivos.
Huelga entonces reparar en estos registros superficiales de un habla empírica que, no pese sino precisamente en virtud de la banalidad y precariedad de sus soportes, ha terminado por convertirse en el lenguaje del occidente posthistórico o, si se quiere, en una forma bizarra de la hermenéutica del desmantelamiento.
En esta escritura, en la que los textos están entretejidos, en la que los ecos resuenan unos en otros, se realizan ciertas operaciones lógicas donde se trata de saber si los dispositivos retóricos de la posmodernidad terminan explicando la realidad.
Durante un tiempo, como he señalado, estuve dedicado a una serie de trabajos que unas veces terminaron en proyectos artísticos y otras en ensayos sobre el lenguaje y la escritura, sus nexos y modos de estructuración; encontrando cierto eco en las discusiones filosóficas habidas en la comunidad filosófica regional.
En esta tesis resuenan muchas de esas discusiones, ellas siguen estando presentes en mí configurando el programa de mi quehacer filosófico.
La búsqueda que la filosofía emprende de un paradigma que establece un conjunto nuevo de condiciones para nuestro trato con la realidad, introduciendo un nuevo conjunto de problemas.
Aun cuando ahora, avanzada la investigación, es necesario decir que, en rigor, no se trata tanto del desarrollo de un nuevo paradigma, sino más bien de replantear la idea misma de paradigma, se trata de analizar cómo podría repensarse esta idea radicalmente hegemónica.
La cultura contemporánea en la que se superponen lenguajes, tiempos, lugares y proyectos tiene una trama plural, con múltiples ejes temáticos. Estamos ante el final de una visión de la historia, lineal y homogénea, y del surgimiento de otra, caracterizada por la discontinuidad, la fragmentación, la no linealidad y la diferencia, así como de nuevas operaciones discursivas que instalen o construyan la realidad en que vivimos. Es así, como asistimos a la disolución de los discursos dominantes de la ciencia y la cultura occidental. ¿Hay ahora historias? Las hay, en plural, esto es, un conjunto de ellas. No podemos hablar de un curso único para la historia, los proyectos humanos tienen un asentamiento social y un carácter plástico-estético, en tanto constituyen una apertura del presente hacia la construcción de futuros posibles.
Devenir un ser humano en la posmodernidad, consiste en participar en procesos sociales, culturales y políticos, en los cuales emergen y se negocian significados, sentidos y conflictos. El futuro como peligro y el porvenir como incertidumbre es por cierto un desafío para la creatividad humana, que nos habilite para repensar la complejidad, pero no desde un sistema global, sino desde la recuperación de lo local, del habla empírica, de las particularidades de la mirada artística como expresión de una nueva individualidad propia de las terapias específicas que se encuentran en el centro de esta actividad que, pese a todo, seguimos reconociendo como la Filosofía.
Adolfo Vásquez Rocca.
Madrid - Valparaíso
Primavera de 2004
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Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un mundo encantado es sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. El desafío de la diferencia, que constituye al sujeto especularmente, siempre a partir de un otro que nos seduce o al que seducimos.
Ver y ser vistos, esa parece ser la consigna en el juego translúcido de la frivolidad. El así llamado momento del espejo, precisamente, es el resultado del desdoblamiento de la mirada, y de la simultánea conciencia de ver y ser visto, ser sujeto de la mirada de otro, y tratar de anticipar la mirada ajena en el espejo, ajustarse para el encuentro con la infinidad de rostros del otro; rostros distantes a pesar de su cercanía, ausentes a pesar de su presencia, los miramos sin que ellos nos devuelvan la mirada. La alteridad no es más que un espectro, fascinados contemplamos el espectáculo de su ausencia.
La imagen busca exorcizar al discurso que podría fijar lo real. La fotografía es así una estrategia de inclusiones inexorables, en la cual la distancia entre unos y otros se va horadando. A tal punto que el sujeto fotográfico ya no es el personaje, ni el fotógrafo ni el espectador: no hay otro en la foto, hay un heterónimo; esto es, un sujeto hecho de tres personas distintas cuya suma es imaginaria. La prueba del gran fotógrafo es evidente: no busca ilustrarnos o escandalizarnos, no nos hace meramente boyeritas. Nos da una función configurativa del escenario: no estamos en la foto, estamos en su grafía.
La historia de la mirada es múltiple: se confunde con la historia de los imaginarios, personales y colectivos. La historia de la mirada es también una memoria y un ritual del recuerdo, una memoria de la memoria, pero es también, y sobre todo, la crónica de las desapariciones, el testimonio de los momentos en fuga, las vacilaciones del tiempo, del equilibrio de lo mirado y la mirada misma: el fulgor de la figura se detiene como una morfología intemporal en ese interior hecho para el contraste, para la visión traslúcida de la voluntad de contemplación. Un tiempo autónomo impone una repentina figura a las laminillas, briznas, fragmentos de transparencias cromáticas; otro tiempo invade su propia inestabilidad: el tiempo de la sorpresa efímera de la mirada, su asombro sometido a su vez a la imprevisible aparición de figuras irrepetibles.
La saturación y exceso iconográfico, la exacerbación de imágenes de registro puede resultar en una patética modalidad de desaparición, un particular modo de arribar al grado cero de lo real , una realidad neutralizada por la saturación de imágenes, una simulación desencantada en un horizonte que se constituye más allá de todo sentido. Las fotografías son, así, tanto un modo de certificar la experiencia, como de rechazarla.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
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