Dr.
Adolfo Vásquez Rocca.
HEIDEGGER,
M. “¿Por qué permanecemos en la provincia?”.
En torno a este
tema, véase Bambach,
Heidegger’s Roots (London: Cornell University Press, 2003, pp. 63-66
Heidegger’s Roots (London: Cornell University Press, 2003, pp. 63-66
HEIDEGGER Y SLOTERDIJK LA POLÍTICA COMO PLÁSTICA DEL SER , NACIONALSOCIALISMO PRIVADO Y C R Í T I C A D E L IMAGINARIO FILOAGRARIO.
Dr.
Adolfo
Vasquez Rocca
Universidad Católica de Valparaiso – Universidad Complutense de Sonia Madrid
Universidad Católica de Valparaiso – Universidad Complutense de Sonia Madrid
HEIDEGGER,
M. “¿POR QUÉ PERMANECEMOS EN LA PROVINCIA?"
Martin
Heidegger escribió buena parte de sus obras en una pequeña y
austera casita de madera en Todtnauberg, a dieciocho kilómetros de
Friburgo, en las montañas de la Selva Negra alemana. Durante
cincuenta años mantuvo una intensa relación con el edificio, que se
convirtió en mediador imprescindible para su trabajo. Más allá de
la tradición de pensadores con cabaña – Heráclito, Lao-Tse,
Thoreau, Wittgenstein- , el caso de Heidegger es especialmente
significativo por toda la documentación y referencias que existen
sobre él. La casa además sigue en pie y hoy es una suerte de lugar
de peregrinaje que ha obligado a sus actuales propietarios -los
familiares del filósofo – a pedir expresamente el respeto de su
privacidad.En 1934 se le ofrece a Heidegger la cátedra de filosofía
de la universidad de Berlin. A pesar del prestigio de la plaza, la
rechaza y escribe a modo de justificación el texto Paisaje creador:
¿por qué permanecemos en la provincia? En él comienza describiendo
con un par de frases cortas la cabaña y enseguida entra en lo que
realmente le interesa: la íntima vinculación de su trabajo
filosófico con la experimentación solitaria del paisaje –“yo
nunca contemplo el paisaje, experimento sus cambios”, decía- y con
el trabajo de los campesinos, con los que a menudo se identifica.
Muchos le han tachado de hipócrita por esta comparación, pero el
provincianismo funcional de Heidegger es sincero. Tras sus
inevitables actividades docentes y sociales en la ciudad -a la que
llamaba el engañoso mundo de abajo- necesitaba subir al mundo de
arriba, sencillo y honesto, donde obtenía la estimulación
intelectual necesaria para poder trabajar de verdad. Su
comportamiento no era el de un ciudadano al que le gusta salir al
campo, sino el de un pensador que encontraba en las montañas y junto
a los labriegos los contenidos esenciales de la existencia, la
materia bruta sobre la que moldear su discurso filosófico, como si
de un oficio manual se tratara. La cabaña le proporcionaba el cobijo
necesario.
En
1951 Heidegger asiste en Darmstadt, junto a Ortega y Gasset, a un
encuentro entre arquitectos y filósofos. Allí leyó su famosa
ponencia titulada Construir habitar pensar (así, sin comas,
expresando la inseparable relación entre las tres acciones), quizás
uno de los textos filosóficos de todos los tiempos que más ha
influido sobre el pensamiento arquitectónico posterior. Sin embargo
en él sólo aparece una vez la palabra arquitectura y es
precisamente para indicar que no se va a hablar de ella -algo sin
duda lleno de significado en un espeleólogo del lenguaje como era
Heidegger-. En lugar de eso lanzó a los arquitectos -que por
entonces seguían reconstruyendo Alemania- una exhortación a
reflexionar sobre el sentido profundo del construir, que él
identificaba con el habitar, que es la forma que el hombre tiene de
estar en el mundo y cuidar la tierra. Heidegger estaba hablando, no
sólo de la reconstrucción material y espacial de Alemania, sino
también -y sobre todo- de su reconstrucción moral y espiritual,
tras un pasado ignominioso del cual él mismo estaba intentando
desvincularse para lavar su imagen. Reivindicaba una vuelta a la
autenticidad y dignidad de los orígenes, frente a una concepción
meramente utilitarista o funcional del progreso como la que defendía
el Movimiento Moderno. Iñaqui Ábalos, en el capitulo que dedica a
la cabaña de Heidegger dentro de su libro La buena vida (Gustavo
Gili, 2000), dice al respecto: "Lugar, Memoria y Naturaleza, se
contraponían frontalmente a Espacio, Tiempo y Técnica, por primera
vez de una forma completamente articulada, dando lugar a un giro
que prácticamente podría describir todos los cambios de valores que
han ido sucediéndose en el panorama arquitectónico desde finales de
los sesenta hasta fechas recientes".
Esa conversión del espacio en lugar -que es una de las claves de lo arquitectónico y que sólo puede realizarse a través de la mismidad del hombre- es esencial para entender la visión poética del habitar sobre la que Heidegger se extenderá tres años más tarde en el texto Poéticamente habita el hombre (1954), donde a partir del análisis de un poema de Hölderlin, acabará concluyendo que “el poetizar construye la esencia del habitar, (...) es la capacidad fundamental del habitar humano”. Esta concepción poética del habitar, que Heidegger opuso al positivismo tecnológico de la modernidad, y que tres años más tarde recogería Gastón Bachelard en su obra seminal La poética del espacio (1957), está detrás de la crucial revisión postmodernista de los setenta y del cambio de paradigma que han supuesto libros fundamentales como La casa de Adán en el Paraíso (1972), de Joseph Rykwert, The Architectural Uncanny (1992) de Anthony Vidler, Arquitectónica (1999), de José Ricardo Morales o Los ojos de la piel (2005), de Juhani Pallasmaa, entre muchos otros.
Lo
arquitectónico es aquello que transforma el espacio en lugar. Esa
transformación es la esencia del habitar. “El espaciar origina el
situar que prepara a su vez el habitar”, escribe Heidegger en El
arte y el espacio, un texto aforístico que escribió hacia 1959 y
que publicaría en 1969 ilustrado por litografías de Eduardo
Chillida, a raiz del encuentro que ambos tuvieron en 1968 en la
galería suiza Erker. Jesús Aguirre -que hacía como que odiaba a
Heidegger- llamó al texto mera cháchara, muy de las suyas, en un
artículo de El País de 1989 donde, para justificar su improbable
alianza creativa, insinuaba una cierta química nacionalista entre el
filósofo y el artista vasco.
A la figura de Heidegger le perseguirán siempre sus claroscuros personales. Lo más inquietante de él no es lo que sabemos sino lo que imaginamos, lo que intuimos en su rostro o tras las extrañas fotos de Meller-Marcovicz en la cabaña, esa ambigüedad apelmazada que nos permite imaginarlo como un “filósofo estafador de novias” y un “ridículo burgués nacionalsocialista en bombachos”, como lo llamaba Thomas Bernhard. Hasta para afiliarse al partido nazi cometió la extrañeza de elegir una facción maldita.
"La
política como arte; 'belleza' convulsiva y proyecto
nacionalsocialista".
http://revista.escaner.cl/node/149
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
http://revista.escaner.cl/node/149
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
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